El animal más peligroso de Gabriel Antonio Pombo
La casucha de madera camuflada entre el follaje era un buen escondite. La patrulla policial del Támesis no solía allegarse hasta aquel territorio. Solo se preocupaban por reprimir a los contrabandistas y precaver que los trabajadores del muelles no robasen a sus patronos. El hombre corpulento había escogido hábilmente el lugar de al ceremonia. Luego lo incendiarían todo. Bastaría con conservar el altar de los sacrificios, la estatua del macho cabrío y, por supuesto, los disfraces. Afuera, la noche cerrada, sin luna, se cernía sobre la ribera sur del río en Battersea. Un viento gélido silbaba agitando ramas y hojas. Adentro estaba él, encarándose a la imagen que le devolvía el espejo, antes de partir rumbo a la sala ceremonial.
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