Cuentos de Anton Chéjov
La tristeza, calmada por un rato, le invade de nuevo y le desgarra el pecho aún con mayor fuerza. Los acongojados ojos de Yona siguen inquietos a la muchedumbre que camina a ambos lados de la calle: ¿no habrá entre esos miles de personas alguien que le escuche? Pero la gente tiene prisa y no se fija en él ni en su tristeza... ¡Una tristeza enorme, infinita! Si estallara su pecho y se derramara, esa tristeza inundaría el mundo. Sin embargo, nadie la ve.
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