Una mujer en Berlín de Anónima
Pero nuestro país, nuestro pueblo… ¡Qué dolor el nuestro! Nos han dirigido delincuentes y tahúres, y nosotros nos hemos dejado conducir, como las ovejas, al matadero. Ahora el odio prende como una llama entre la desdichada muchedumbre. «No hay árbol lo bastante alto para ése», se decía sobre Adolf esta mañana temprano en la cola del agua.
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