—No me quieres —dejó caer las manos y dio un paso atrás—. No, porque estás con él, lo has elegido a él. El hombre se giró hacia nosotros. Seth sonrió y su mirada ofrecía todo un mundo de promesas oscuras. Promesas que yo había aceptado, que yo había elegido. —No me quieres —repitió Aiden, fundiéndose entre las sombras—. No puedes. Nunca has podido. (...) Los bailarines llegaron a mí y me perdí en un mar de vestidos y susurros. Traté de zafarme, sin embargo no podía escapar, no encontraba ni a Aiden ni a Seth. Alguien me empujó y caí de rodillas. La seda roja se rasgó. Llamé a gritos a Aiden y luego a Seth, pero ninguno atendió mis súplicas. Estaba perdida, solo vería caras cubiertas por máscaras, unos ojos extraños. Conocía aquellos ojos. Eran los ojos de los dioses. Me levanté súbitamente, en la cama. Una fina película de sudor cubría todo mi cuerpo y el corazón parecía que se me iba a salir de pecho. Pasó un rato hasta que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y reconocí las paredes de mi habitación. —¿Qué demonios...? —Me pasé la mano por la frente empapada y ardiendo. Cerré los ojos. —¿Hummm? —murmuró Seth medio despierto. Estornudé como respuesta. Primero una y luego otra vez. —Qué sexy. —Cogió a tientas la caja de pañuelos—. No puedo creer que todavía sigas enfermas. Suspiré y cogí la caja de pañuelos, poniéndome la caja sobre el pecho para sacar unos cuantos. —Es culpa tuya —¡achús!—. Es culpa de tu estúpida idea de ir a nadar estando a —¡achús!— cinco grados, caraculo. —Pues yo no estoy enfermo. (...) —Eres súper especial, ¿eh? —Lo sabes tú bien —respondió. + Leer más |