El hechizo del verano

Ya falta menos para que, después de los casi seis meses de invierno y oscuridad que se viven en los países nórdicos se produzca el ansiado “hechizo del verano”, aquel que da nombre a esos deseados destellos de calor. Y es que el momento más breve –apenas dos meses– y brillante del año, el verano, debe ser todo un descubrimiento para aquellos recién llegados a la ciudad de Estocolmo, como es el caso de Virginia Higa, la autora. Recién emigrada con su marido a la capital sueca los duros meses invernales suponen todo un desafío para aquellos que estamos “aclimatados” a ver el sol prácticamente a diario.

Entre el ensayo y la crónica, a modo de diario, Virginia nos cuenta el día a día de su nueva vida donde descubre, entre otras cosas, los matices que pueden tener las vocales del idioma sueco. de hecho, este capítulo en el que describe tan bellamente y al detalle la coloratura tonal –y casi irreproducible– del idioma ha sido uno de mis favoritos y el que mejor define ese hilo invisible y conductor de todos sus textos que se recogen en esta edición de @editorial_sigilo: las relaciones entre cultura y lenguaje.

La autora ejerce de la perfecta guía por la ciudad y poco a poco nos amoldamos a esas noches largas, descubrimos lo gratificante que resulta hacer punto, practicamos tiro con arco, perdemos el miedo a patinar sobre hielo en lagos helados –esos mismos en los que en verano podremos bañarnos– y, en definitiva, abrazamos la oscuridad. Es curioso descubrir también el carácter sueco, su distancia, su torpeza ante multitudes y aglomeraciones y esa predisposición innata para el silencio.

También me ha gustado mucho cómo consigue conectar con la figura de Manuel Puig a través del verano de 1959 y siguiendo sus pasos por la ciudad y sus escritos: “Leer las cartas me produce el mismo efecto que la lectura de sus novelas: su sensibilidad se funde con la mía y se imprime sobre las cosas que veo, y se imprime sobre las cosas que veo, y me siento menos sola.”
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