La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey

La sociedad literaria (abrevio el título) no es un libro sobre la segunda guerra mundial aunque transcurra en la posguerra y se acuda desde el recuerdo a ella.

Es una novela de luz, de amistad, de aceptación y de como a veces el ser humano comete la "insensatez" de cuidar al prójimo por encima, o incluso gracias a que se dan las peores circunstancias para hacerlo.

Esta agrupación en realidad nace de una excusa para convertirse en un refugio espiritual.

El mejor remedio que he encontrado jamás para sobrevivir en el infierno de las bombas es la ayuda mutua, hecha, además, desde la más genuina bondad y la de compartir, no ya objetos, comida, libros o abrazos, sino amor, en el sentido más amplio de la palabra.
En cada carta, por cruel que alguna sea, siempre hay lugar para la esperanza.

Más allá de los decesos que ocasionaron las balas quedaron los muertos en vida, los que perdieron el alma en medio de tanto horror, miseria y odio.

Guernsey es justo lo contrario, un pequeño lugar donde la calidad y calidez humana no solo resiste, renace y sus habitantes, en su humilde existencia dan una lección de vida al mundo.

La técnica epistolar utilizada en la narrativa no debe asustar al lector. A medida que avanza la novela olvidas su estructura embriagado por una prosa sencilla, con un finísimo humor inglés ( las autoras son estadounidenses) y la belleza interior de sus personajes; los querrás a casi todos, con sus particularidades, extravagancias y locuras, todos son pura luz, gentes que no dejarán que te hundas, porque simplemente, adoran la vida. Pero destaco a dos:

Dawsey, el antigalán, tímido, de justas palabras, un Rochester perfeccionado.

Isola Pribby, y su reino de las maravillas y aquí mi amor es incondicional, sin fisuras.

Un libro, en definitiva, que engrandece a la literatura convirtiendo el drama, en algo positivo.
Y unos personajes que sin pretenderlo, se han quedado para siempre en mi alma, con las caras, voces y gestos que les imagino.

A veces hay que ventilar el látigo, aunque solo sea para retrasar la conquista de mi frente por las inmisericordes arrugas.
Nunca imaginé que la piel de una patata, fuera tan exquisita.
Sin lanzas, me han conquistado.
Sea.