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Crítica de Guille63


Guille63
07 May 2024
En los humanos hay un problema, uno de tantos, que tenemos que sobrellevar y sufrir al tiempo: el conflicto “Nosotros-Ellos”, la tendencia natural a atribuir cualidades a grupos humanos, y por extensión a todo aquel que por color de la piel, procedencia, religión, sexualidad, etc., etc., se le identifica como miembro del grupo, que los diferencian radicalmente de otros grupos humanos, siendo cualidades (admirables las propias y execrables las ajenas) que los han definido invariablemente desde que el mundo es mundo. Una tendencia muy útil para la cohesión del grupo, pero que lleva muy frecuentemente a generar conflictos tanto intragrupo como extragrupo. En este “Nosotros-Ellos” es dogma que nadie de fuera está legitimado a hablar de los de dentro, que solo un negro puede criticar a otros negros, que solo un manco puede hacer chistes de mancos y, obviamente, que “solo un judío puede juzgar a otro judío”. Pues bien, este es un libro que, lamentablemente, solo se le puede permitir a un judío, en este caso a Joshua Cohen que, partiendo de un episodio anecdótico, mezcla de ficción y realidad(*), juzga una forma de pensar sobre el hecho judío representada en Ben-Zion Netanyahu, el padre del actual presidente de Israel, que a finales de los cincuenta llegó a Estados Unidos en busca de trabajo.

Que este cementoso inicio no les transmita una falsa idea de la novela, «Los Netanyahus» es de una enorme comicidad. Los temas serios que trata están enredados en una gran sátira repleta de escenas inteligentemente divertidas acerca de la vida universitaria y, fundamentalmente, de los tópicos y prejuicios sobre los judíos mediante la caricatura de cuatro familias: la del propio narrador, Ruben Blum, profesor y único judío de una pequeña universidad al norte de Nueva York, su esposa Edith, aburrida de su trabajo en la biblioteca de la universidad, y su hija Judith, una adolescente permanentemente cabreada; los acomodados padres de Edith, judíos no practicantes; los más humildes y religiosos de Ruben; y, como no, los Netanyahus, Ben-Zion, su arrolladora mujer Tzila, y sus tres “salvajes” hijos, Yonathan, Benjamin y el pequeño Iddo.

Únicamente por su condición de judío, a Blum se le encarga hacer de anfitrión de Netanyahu y formar parte del comité que deberá valorar su contratación por la universidad, de la misma forma que se le pide hacer de papa Noel para que todos los demás, no judíos, puedan divertirse en la celebración de Navidad, ese tipo de microagresiones, humillaciones y provocaciones que todo miembro minoritario de un grupo parece tener que sufrir en su intento de integración. Este minoritario miembro en concreto también tendrá que resignarse a que todos sus actos sean entendidos como propios de un judío o, por el contrario, como una torpe forma de intentar no aparentar ser judío. Y todo ello aunque su judaísmo se limite a su procedencia, lo que podría ser motivo de escarnio en la comunidad judía y que de hecho lo es para Netanyahu, que llega a acusarle de ser “el judío de la corte”, el judío que se soporta porque desempeña un útil servicio al gentil, y le exigirá ayuda y solidaridad apelando exclusivamente a esa procedencia común.

Alternando con las disparatadas escenas que protagonizan estas cuatro familias, hay cartas, elucubraciones y discursos con una fuerte carga política. Ben-Zion se mostraba abiertamente en contra de la idea tradicional de que los sufrimientos que a lo largo de los siglos han padecido los judíos eran voluntad divina “de acuerdo con un plan o un patrón místico que no se puede interpretar humanamente salvo como algo milagroso, o bien como una serie de castigos que nos hemos ganado con nuestros pecados”. Para Netanyahu la causa era más terrenal: el odio de los gentiles hacia ellos en base a una supuesta esencia inmutable que les definía como raza (una idea que presuntamente nació con la Inquisición Española). Esta era la razón por la que han sido, son y serán siempre perseguidos. Solo el establecimiento del estado Israel frenará esta constante persecución y les permita por primera vez ser dueños de su destino y escribir su propia historia. Una idea plenamente vigente en la actual dirección del estado de Israel por la cual están legitimados a aniquilar a todo aquel que se interponga en el camino del estado, siendo todo ataque o crítica hacia él una clara muestra de antisemitismo.



(*) Joshua Cohen mantuvo una relación de amistad con Harold Bloom en sus últimos años. Él fue quién le comentó sobre el encargo que recibió de coordinar la visita al campus de “un poco conocido historiador israelí llamado Ben-Zion Netanyahu, que se presentó a hacer una entrevista de trabajo y dar una charla con su mujer y sus tres hijos a remolque y procedió a liarla bien gorda”. Ben-Zion era uno de los nueve hijos del rabino Nathan Mileikowsky. Netanyahu (“Regalo de Dios”, en referencia al estado de Israel) era el seudónimo con el que el rabino firmaba sus proclamas sionistas revisionistas en las que llamaba a los judíos a formar un ejército y tomar Palestina por la fuerza. Su hijo Ben-Zion, el padre del actual presidente de Israel, adoptó el seudónimo como apellido y abrazó la causa sionista revisionista de su padre. Según indica Cohen en su novela, fue el presunto cerebro de un atentado terrorista contra Norman Bentwich, un judío tachado de conciliador, y defendía, como ejemplo a seguir, el exterminio que se perpetró con los nativos norteamericanos.
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