La escritura o la vida de Jorge Semprún
Extraño olor, en verdad obsesivo. Bastaría con cerrar los ojos, aún hoy. Bastaría no con un esfuerzo, sino todo lo contrario, bastaría con una distracción de la memoria, atiborrada de futilidades, de dichas insignificantes, para que reapareciera. Bastaría con con distraerse de la opacidad irisada de las cosas de la vida. Un breve momento bastaría, en cualquier momento. Distraerse de uno mismo, de la existencia que habita en uno, que se apodera de uno de forma obstinada y también obtusa: oscuro deseo de seguir existiendo, de perseverar en esa obstinación, cualquiera que sea su razón, su sinrazón. Bastaría con con un instante de auténtica distracción del propio ser, del prójimo, del mundo: instante de no- deseo, de quietud de más acá de la vida, en el que podría aflorar la verdad de ese acontecimiento antiguo, originario, donde flotaría el extraño olor sobre la colina de Ettersberg, patria extranjera a la que siempre acabo volviendo. Bastaría con un instante, cualquiera, al azar, de improviso, por sorpresa, a botepronto. O bien, todo lo contrario, con una decisión largamente madurada. El extraño olor surgiría en el acto de la realidad de la memoria. Renacería en él, moriría por revivir en él. Me abriría, permeable, al olor a limo de ese estuario de muerte, mareante.
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