Sanguínea de Gabriela Ponce Padilla
[...] y yo sentí la soledad caerse sobre mí: golpearme los oídos, abrirme el pecho y penetrarme por los huecos y luego sentí el agua, el aluvión, el granizo salir por el lagrimal, por la nariz, y comenzar a inundar hasta asfixiar, hasta que lo mojado comenzó a tomarse todo y el cuerpo a volverse más y más pequeño, a disminuir. Cuando regresó yo ya había desaparecido y él abrazó un pedazo mojado de carne [...].
|