Respiración artificial de Ricardo Piglia
La utopía atroz de un mundo convertido en una inmensa colonia penitenciaria, de eso le habla Adolf, el desertor insignificante y grotesco, a Franz Kafka, que lo sabe oír, en las mesas del café Arcos, en Praga, a fines de 1909. Y Kafka le cree. Piensa que es posible que los proyectos imposibles y atroces de ese hombrecito ridículo y famélico lleguen a cumplirse y el mundo se transforme en eso que las palabras estaban construyendo: el castillo de la Orden y la cruz gamada, la máquina del mal que graba su mensaje en la carne de las víctimas. ¿No supo él oír la voz abominable de la historia? que es tan El genio de Kafka reside en haber comprendido que si esas palabras podían ser dichas, entonces podían ser realizadas.
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