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Es conocida la fascinación juvenil de Abelardo Castillo por Poe (tuve la oportunidad de conocer la casa de Castillo, y tenía UNA BIBLIOTECA ENTERA dedicada a Poe - casi me desmayo). Esta primera nouvelle es testimonio fiel de esa admiración, y recorre una delgada línea entre el homenaje y el robo. El narrador le cuenta a un tal Castillo (hermosa puesta en abismo) sobre su relación con el pintor Matías Wenzel, compañero de juventud, que lo convoca misteriosamente a una casa laberíntica y casi imposible situada en la ladera de una sierra en la localidad de Sierras Bayas. Allí el narrador revivirá sus días de juventud y el infortunado accidente que se llevó buena parte de la obra de Wenzel, y descubrirá las particulares teorías de Wenzel acerca de la autoría, la belleza, y la misión del arte con respecto a la naturaleza efímera del mundo. Castillo alude abiertamente en el texto a la intertextualidad con “La caída de la casa Usher” y “El retrato de Dorian Gray”. En mi opinión también hay fuertes ecos de “El retrato oval” de Poe y de “El hombre de arena” de ETA Hoffmann. Castillo compuso esta nouvelle en 1956, cuando estaba realizando el servicio militar en Olavarría, y en un postafcio a esta primera edición aclara que cuando la escribió “habitaba el mundo de Poe” y que no había pensado en publicarla porque la consideraba un homenaje más que una obra acabada. Sin embargo al releerla descubrió que muchos de sus temas y la génesis de su estilo literario ya estaban allí. Quizás hoy en día ese sea su interés literario: ver el germen del Abelardo que sabemos amar. Es una lectura amena especial para amantes del gótico. |