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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
20 November 2019
"Las inquilinas de Netherfield" nació con la conciencia tan clara de dar a conocer obras y autores clásicos poco conocidos por estas tierras que muchas veces me doy cuenta de que apenas hay presencia en Netherfield de clásicos universales (o al menos de esos que sí están reconocidos como tales). Eso a pesar de que, si os soy sincera, algunos los he leído o releído desde que nació el blog, pero luego no os los he traído aquí: no me da tiempo a hablar de todo lo que leo, así que se han quedado sin reseña y he preferido que ese hueco lo ocupase un clásico menos renombrado. Por la causa que sea, a Thérèse Raquin sí he querido darle sitio en el blog, y no deja de tener su gracia porque no tengo ni idea de cómo reseñarlo. No hay palabras que yo consiga escribir, ideas que intente transmitir, que puedan acercarse ni remotamente a la complejidad tanto psicológica como documental que Émile Zola alcanzó en esta historia.

Siendo una niña, y tras quedarse huérfana de madre, Thérèse queda al cuidado de su tía, la señora Raquin, quien vive junto a su hijo Camille en una casita a orillas del Sena. Camille es un niño enfermizo y la señora Raquin una madre sobreprotectora y agobiante en sus cuidados, y así, en un ambiente repleto de enfermedad, medicinas y quietud silenciosa, compartiendo cama con su primo, crece Thérèse... y cuando ambos tienen la edad suficiente, a la señora Raquin le parece lo más normal del mundo que se casen. Y cuando Camille decide que debe ganarse la vida y salir de la sobreprotección perpetua en la que le tiene enclavijado su madre, se mudan a París sin más demora. Y allí, tras el mostrador de una mercería oscura, lóbrega y deprimente situada en un callejón de paso oscuro, lóbrego y deprimente, Thérèse se resigna a ver la vida pasar ante sus ojos.

Pero no os he hablado de Thérèse... Thérèse es una muchacha de salud de hierro a la que han criado como si padeciese la misma enfermedad de su primo. Obligada a tomar medicinas que no necesita, a vivir en un perpetuo silencio, a no hacer ruido, a reprimir emociones... se ha convertido en una mujer fría, callada, que pasa por la vida a hurtadillas mientras por dentro le comen el fuego, la pasión y la energía. Es una actriz consumada a la espera de que algo, o alguien, le haga salir de su guarida, y ese alguien será Laurent, el mejor amigo de Camille. Los dos comienzan una relación adúltera en la que Thérèse será al fin ella misma y Laurent se dejará llevar por una pasión que ninguna mujer le había entregado antes así. Pero amarse a escondidas pronto se les quedará pequeño, y sus miradas se dirigen hacia Camille... el pusilánime y ridículo Camille... sería tan fácil deshacerse de él y poder amarse libremente...

Aunque no se sepa nada sobre la intencionalidad con la que fue escrita, Thérèse Raquin se disfruta como lo que es, una grandísima novela en la que el lector asiste a la degradación progresiva de dos personajes que primero se ahogan en el adulterio, que creen que conseguirán respirar mucho mejor tras cometer un asesinato y que, en cambio, lo único que encuentran es su perdición, una perdición que no vendrá de la persecución policial ni de las sospechas de su crimen, sino de sus propias mentes, unas mentes que les hace prisioneros de su acto y que no solo les hunde en aparentes remordimientos, sino en un torbellino de emociones, miedos, pasiones, desconfianzas y alucinaciones que son incapaces de gestionar y que irá acabando con ellos poco a poco. En esta novela da igual que sepáis que se comete un asesinato y quién es el asesinado, porque el asesinato es solo el medio que usa el autor para llevarnos donde realmente quiere llevarnos: al estudio de la naturaleza de unos asesinos que, tras cometer un crimen, se hunden en la irracionalidad devorados por sus propios instintos. Y eso me lleva al inicio de este párrafo: Thérèse Raquin fue escrito con una intencionalidad muy concreta más allá de contarnos una historia.

Antes de seguir, y por si alguno de vosotros se salta la sinopsis cuando lee las reseñas, os repito aquí un fragmento de ella porque reproduce algunas palabras del propio Zola sobre el libro, y sinceramente creo que él, en un párrafo, lo dice todo, absolutamente todo lo que podréis encontrar en Thérèse Raquin, algo que yo no puedo soñar con explicar en mil párrafos míos:

«...pretendí estudiar temperamentos y no caracteres. En eso consiste el libro en su totalidad. Escogí personajes sometidos por completo a la soberanía de los nervios y la sangre, privados de libre arbitrio, a quienes las fatalidades de la carne conducen a rastras a cada uno de los trances de su existencia. Thérèse y Laurent son animales irracionales humanos, ni más ni menos. Intenté seguir, paso a paso, en esa animalidad, el rastro de la sorda labor de las pasiones, los impulsos del instinto, los trastornos mentales consecutivos a una crisis nerviosa.»

Zola se vio en la necesidad de explicar la finalidad del libro en un prólogo posterior a la primera edición porque, en un inicio, sin esas explicaciones, fue acogido como una depravación obscena digna de ser quemada en la hoguera. ¿Por qué? Porque los así llamados remordimientos no son tales. Thérèse y Laurent son malas personas, y punto. de principio a fin, desde que deciden cometer un asesinato consecuencia de su adulterio hasta el final de la obra. No se arrepienten de lo que hicieron, no tienen corazón ni alma. Lo que les lleva a los infiernos, por tanto, no es la mala conciencia, sino en un primer momento sus instintos y pasiones naturales, y después la inestabilidad mental que se apodera de ellos provocada por el estrés de la situación, a la que intentan engañar con mil triquiñuelas que no les sirven de nada. Zola se propuso estudiar el comportamiento de estas dos personas con una aproximación que él mismo definió como científica que hace que este libro esté considerado como el primero que puede incluirse dentro del movimiento naturalista (y de ahí su importancia en la historia de la literatura).

No es mi intención explicar aquí a fondo en qué consiste el naturalismo, se puede encontrar mucha información en internet si se busca, pero para comprender Thérèse Raquin adecuadamente sí que es conveniente entender que Émile Zola fue su máximo representante, y que ese prólogo del que os hablo en el párrafo anterior, al que pertenece el fragmento que también incluyo arriba, precisamente sentó los principios y fundamentos teóricos del movimiento (altamente emparentado con el realismo), cuya intención era, a muy grandes rasgos, la de documentar la realidad en todos sus ámbitos de una manera objetiva e irrefutable. Algunos de esos fundamentos precisamente dicen que los instintos, las pasiones y el entorno pueden regir la conducta humana (principios del determinismo), y que las inclinaciones naturales no pueden ser controladas. Ahí es donde se asientan las bases de Thérèse Raquin.

Así que lo que, considerado de manera superficial, puede parecer "solamente" una historia de adulterio, pasiones, asesinato y locura, realmente es un experimento escrito con la curiosidad de un científico en el que el argumento solo es la excusa para diseccionar los mecanismos que articulan al ser humano. Por eso el estilo del autor en ningún momento es florido, retórico ni se anda por las ramas; al contrario, cual investigador en su laboratorio saca a los personajes de sus jaulas y experimenta con ellos, inyectándoles pasiones de todo tipo, instintos primarios, miedos, desequilibrios... y los sitúa en un entorno controlado en el que no cabe voluntad alguna por parte de los protagonistas. No tiene misericordia con ellos, no les otorga una conciencia que no tienen... simplemente les deja ser ellos mismos, les permite reaccionar acorde a su naturaleza, examina su comportamiento bajo todas esas condiciones y anota los resultados sobre las páginas.

Y ese resultado, creedme, es una joya de la literatura. Porque aunque Zola tuviera en mente un fin muy superior al que se le presupone a una novela, el lector lo que se encuentra es un pormenorizado estudio del temperamento humano y su interacción con el entorno y sus semejantes: Thérèse es nerviosa y pasional, Laurent es visceral y carnal, y en base a unas naturalezas tan diferentes el lector conoce cada pensamiento, cada inquietud, cada temor, cada intento de engañarse a sí mismos o a los demás, sin idealismos ni escudos que amortiguen lo que realmente son. En cierto modo, y si se lee con perspectiva, es fácil entender por qué levantó las ampollas que levantó en el momento de su publicación. Zola no esconde nada, no atempera nada, y sus dos personajes principales son como son. Son lo que son. Y así quedan retratados ante el lector.

A todo esto, no he hablado de la señora Raquin en toda la reseña... la señora Raquin está en la novela, no se ha ido a ninguna parte. Pero su destino, su papel en la historia, debe ser descubierto con el transcurrir de las páginas, no antes. Zola le tiene reservado su propio engranaje en toda esta maquinaria.

Thérèse Raquin, huelga decirlo, es de esos clásicos que hay que leer al menos una vez en la vida, y apreciarlo no solo como el estudio del temperamento humano que su autor quiso que fuera, sino como la obra maestra de la literatura que también es. Todo lo que yo os pueda contar es poco, el estudio que hace el autor de los humanos como seres irracionales esclavos de sus instintos y pasiones es tan profundo, intrincado y efectivo que hay que leerlo para llegar siquiera a atisbarlo. Es de esas historias que ya no se olvidan, que buscan un hueco en la psique del lector y ahí se quedan... de esas historias que si os preguntan veinte años después de qué iba, qué pasaba, cómo terminaba, os aseguro que os acordaréis sin lugar a dudas.
Enlace: https://inquilinasnetherfiel..
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