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Crítica de IvanValenciaA


IvanValenciaA
07 September 2020
La casa grande de Álvaro Cepeda Samudio publicada en 1962, es una novela difícil para el lector quien debe tomar parte activa en su narración. Una lectura superficial y rápida puede informar al lector desprevenido sobre qué trata esta obra; pero solo la lectura consciente, sosegada, revelará su complejidad narrativa, formal y la universalidad que entraña en sus personajes y situaciones. Esta novela que ha sido señalada como renovadora de la narrativa colombiana del siglo XX, da muestras de su novedad y originalidad en este hecho primordial, la relación que establece con el lector. Aquí pretendo hablar un poco de las posibles relaciones que se establece entre lector y obra y cómo el lector toma parte activa en esta obra para encontrar y disfrutar una riqueza que no está totalmente explícita, que exige al lector. Este análisis parte de mi lectura personal de la obra de Cepeda Samudio y los caminos que recorrí para su entendimiento. Es esta una mirada subjetiva pero que no cesa allí, que apunta hacia lo colectivo y lo objetivo que emana de las lecturas comunes y compartidas. En este recorrido, desde esta perspectiva, se analizará la novela en algunos de sus apartados y elementos fundamentales.

Marcado el camino y hechas las salvedades mencionaré también que esto, más que un trabajo académico, es la memoria de una experiencia de lectura. Esta experiencia empezó hace algunos meses cuando leí por primera vez esta novela. Había escuchado algunas cosas sobre su autor, especialmente en relación a su participación en el Grupo de Barranquilla, pero nunca lo había leído. La casa grande es una obra que hace algunos años hace parte de mi modesta biblioteca, recuerdo que me la regaló un buen amigo y me la recomendó encarecidamente. Es una edición de segunda mano, de la colección popular que hace décadas publicó el Instituto Colombiano de Cultura. Recuerdo que apenas la tuve en mis manos sentí el olor penetrante de los insecticidas que en algunos lugares ponen a los libros para evitar la acción de las termitas. Esta condición hizo que el libro quedara alejado de mi biblioteca, de mi habitación y demás lugares frecuentemente habitados en mi casa. Ese olor le perduró durante meses. Parecía una señal del destino que mi intención le deparaba, y es que ni siquiera había considerado leer esa novela. Cuando ya pude incorporarla con mis demás libros quedó relegada a un pequeño rincón entre otros libros de la misma colección.

Así, cuando enfrenté su lectura, mi ánimo no era el más entusiasta. Hice una primera lectura rápida y descuidada. En principio me pareció una mala novela con fragmentos extraordinarios y de una precisión envidiable, como es el caso del primer capítulo ¨Los soldados¨. Por demás, encontré otros capítulos y fragmentos que se me antojaron oscuros, deliberadamente incompletos y hasta pensé en deficiencias de escritura. En definitiva, mi primer juicio fue que me encontraba frente a una obra sobrevalorada por la crítica, interesante como documento histórico pero carente de casi toda gracia literaria. de nuevo dejé el libro en su rincón y lo olvidé. Hace unos días meditaba en mi mecedora y no pude evitar poner mi mirada sobre su desgastado lomo. No sin desdén fui por él. Empecé una nueva lectura. al terminarla estaba confundido, extraviado entre esta historia que ya no se me antojaba banal pero que no lograba comprender. El segundo capítulo “La hermana” se me presentó como un reto, un acertijo que deseaba solucionar. Motivado así, emprendí una tercera lectura.

Convencido de que en efecto era una obra maestra lo que tenía en mis manos leí lentamente, regresando cuando fue necesario. Poco a poco, y no sin esfuerzo, fui develando la historia aparente y la historia profunda que entrega Cepeda Samudio. Lo que encontré entonces, y que luego corroboré cuando leí las opiniones de algunos críticos y comentaristas de esta obra como Fabio Rodríguez Amaya, Jacques Gilard, García Márquez, Robert Sims, entre otros, es lo que relato enseguida.

Lo primero que me sorprendió de esta obra fue lo que ya he mencionado atrás, la relación que establece con el lector. Quizá sea esta una de las razones que enmarcan la obra entre aquellas obras que marcaron la renovación de la novela latinoamericana. Esta novela no entrega nada sin esfuerzo alguno del lector. A diferencia de la novela costumbrista esta obra no da una historia terminada, completa, de la que solo es preciso informarse. Su estructura me recordó experiencias que he tenido con obras más recientes como Il figlio di Bakunin del escritor italiano Sergio Atzeni que, sin temor a errar, puedo decir que es una novela documental (si es lícito llamarle así). Aquí lo documental desempeña una doble interpretación: la influencia de lo audiovisual y la influencia de lo fragmentario. Así como Atzeni entrega fragmentos para que el lector reconstruya la historia, Cepeda Samudio entrega detalles y fragmentos que se mueven en diversas líneas temporales y que poco a poco informan de lo que pasó en el pueblo y en la casa grande. Se ha dicho que esta novela es una novela sin ilación. Pero no es así, es fragmentaria pero finamente conectada por pequeños detalles. Los capítulos finales esclarecen detalles sobre los iniciales y así con todos los demás y en diversas relaciones entre capítulos.

Secomandi (2017) dice a este respecto que “la trama sigue una secuencia temporal no cronológica y esto no significa solo que abunden las anacronías: algunos sucesos parecen anteceder y seguir a otros acontecimientos de forma contemporánea, logrando, con esta técnica, la imposibilidad de reconstruir en su conjunto la fábula” (Pág. 83). No obstante lo que he mencionado, esta visión que da Secomandi se corrobora en la lectura detenida. Hay cuestiones que el autor no cierra en la novela, quizá porque él mismo las ignoraba, detalles que no tienen un lugar que los clarifique, preguntas que resuenan al final de la lectura y que no tendrán eco más que en la especulación: ¿la hermana fue embarazada por el soldado o por su hermano? ¿El castigo del padre es por la pérdida de la virginidad o por manchar el linaje con sangre de un desconocido? ¿Son 4 o 5 hermanas? ¿A la hermana líder los hijos de su hermano le sacan los ojos literalmente o metafóricamente, o de ambas maneras? La ausencia de nombres para la mayoría de personajes aumenta esta confusión, pero tiene su motivo, motivo que mencionaré en un momento.

Pero esta confusión no es una ligereza ni descuido del autor, es un recurso que emula la vida misma, como se cuentan las historias, la tradición oral, y más allá, como se cuentan sucesos tan oscuros y trágicos como fue la masacre de las bananeras -suceso arquetipo- y la destrucción de una familia o familia arquetipo, esto es, la descomposición de una sociedad tanto en lo público como en lo privado. Y aquí abordaré un nuevo tema, las dos dimensiones del relato, lo público y lo privado. A este respecto Fabio Rodríguez Amaya (2017) menciona que "[…] el conflicto entre el Padre y una de sus hijas (la Hermana), al concretar las dinámicas familiares (en lo Privado), marca el conflicto entre los trabajadores y las autoridades (en lo Público). En el plano semántico, metaforiza la macroesfera (de lo Público) desde el jornalero proletario hasta el presidente de la república. Cuando estos planos se intersecan, se verifica el desencadenamiento de la violencia: el asesinato del Padre, el genocidio de masas (en lo Público), el castigo de la Hermana, la desintegración de la familia (en lo Privado)" (Pág. 218).

Y es que en el relato, la situación que se presenta, tomada desde estas dos esferas, no es una situación particular del pueblo de Ciénaga ni del país: Colombia. La masacre recuerda las matanzas que se han dado por todo Latinoamérica y que al día de hoy se siguen dando, el Padre recuerda al lector a los patriarcas, gamonales, dictadores, que pueblan nuestro continente y que han sido personajes recurrentes en la literatura latinoamericana.

Es esta la razón por la que los personajes de la obra no tienen nombres. Porque no son sujetos particulares sino, también, arquetipos de los hombres y mujeres que han vivido estas mismas situaciones; señala Rodríguez Amaya (2017) que esta “no es en absoluto novela de personajes” (Pág. 219). Cepeda Samudio hace que su novela eche raíz en un pequeño pueblo de la costa, pero esas raíces han envuelto a toda la tierra. Esta cualidad que tiene la obra para expresar la condición humana y sus efectos sobre la vida y el mundo, hace que sea universal.

En una entrevista Amos Oz comentaba que sus obras han llegado a gozar de una característica que, a mi parecer, es compartida por buena parte de las más destacadas obras de la literatura, a saber, la universalidad. Esto referido a los escenarios que ocupan sus obras que resultan ser en extremo locales, relacionados con lugares pequeños y culturas particulares. Oz resalta que lo universal se da porque todos nuestros secretos son los mismos: seamos árabes, orientales, latinos o europeos. Las culturas son distintas, cambiantes y a veces contradictorias, pero su base es siempre común: la naturaleza humana. Lo universal es pues esta capacidad y facilidad de entendimiento con la obra literaria que describe un mundo totalmente ajeno al nuestro. Y ningún escenario parece ser más ajeno para los jóvenes occidentales como lo es el mundo de oriente medio, más específicamente el conflicto árabe-israelí, y con particular énfasis en las formas de vida que adoptó el pueblo hebreo durante el siglo XX. A pesar de esta brecha temporal y cultural cuando se toma una obra escrita por Amos Oz, se comprende perfectamente las vivencias y sentimientos de sus personajes, el lector se identifica con ellos. Y esto es lo que sucede con La casa grande.

Este devenir fragmentario, esta universalidad que expresa la obra, exige al lector su participación activa como ya he mencionado, pero también le brinda la posibilidad de la nueva creación a partir de este sustrato. Es también un espacio para la identificación y la catarsis. Quien lea esta obra no solo conoce esta historia, sino que también puede entender sus propias experiencias con las estructuras arquetípicas -públicas y privadas- que han sido mencionadas.

Sea este el momento para retomar un detalle que he dejado suelto atrás. Cuando mencioné a Sergio Atzeni dije que la cualidad de novela documental tenía, además del ya mencionado sentido fragmentario, un sentido audiovisual. Y es que es clara la influencia del cine sobre Álvaro Cepeda Samudio. Cuando trabajó en el periódico “El espectador” se desempeñó como crítico de cine; y más aún, grabo una película que se llamó La langosta azul, del año 1954. En La casa grande es notable la influencia del cine, además del teatro. Como ya han mencionado algunos críticos, quizá el momento en el que esta influencia es más evidente es en el capítulo titulado “El pueblo” donde se da una descripción del pueblo que, aunque cuenta con detalles, no es detallada. Este capítulo da la sensación de estar mostrando el pueblo en un lento recorrido que llega a través del lente de una cámara. Cuando leí este capítulo por segunda vez recordé Novecento y algunas de sus panorámicas del pueblo. Esta misma sensación la dan las descripciones de los soldados en el primer capítulo.

Otro detalle de la obra que vale la pena mencionar y que también implica al lector es la forma en que Cepeda Samudio hace los diálogos. En toda la obra son casi inexistentes las acotaciones en los diálogos, esto es, el escritor no apoya la línea de un personaje describiendo su estado de ánimo o las acciones que acompañan a sus palabras para evocar lo que siente. Recuerdo que hace años le escuché mencionar a Paco Ignacio Taibo II que cuando quería ver si lo que escribía o leía era bueno solo debía suprimir las acotaciones de los diálogos, si estos sin las acotaciones podían transmitirle al lector estos estados de ánimo, si el personaje con solo su voz dice que siente, entonces el diálogo no solo es bueno, roza la perfección. En los diálogos de la Casa Grande podemos ver y sentir lo que sienten y ven los personajes. El autor no necesita decir qué sienten los soldados mientras hablan, en sus palabras está implicado. Así como se entiende en las líneas de la muchacha que ha comprado el Padre, en las palabras de los hijos que odian, en los diálogos de los jornaleros que esperan ansiosos y temerosos que la noche los cubra para asesinar al Padre. Pero para entender y sentir a los personajes y sus emociones, el lector debe absorber el completo sentido de las palabras según el contexto en que son dichas.

Para finalizar deseo sentar una postura frente a la intencionalidad de la obra. La casa grande no es una obra de denuncia, no es tampoco una novela histórica; no implica esto que no sea memoria y que no haya empatía en ella, es memoria y hay empatía en ella; pero estas cosas son resultado del universo que retrata, no intención primaria. La masacre de las bananeras es solo una excusa para la creación poética y la exploración de la condición humana. Esta excusa no es menor ni carece de importancia, que no sea el centro del relato no implica nada especial. La matanza es también arquetipo. Respecto a esta intención dice García Márquez (como lo cita Secomandi, 2017) "la casa grande es una novela basada en un hecho histórico: la huelga de los peones bananeros de la Costa Atlántica colombiana en 1928, que fue resuelta a bala por el ejército. (...) Esta manera de escribir la historia (...) es una espléndida lección de transmutación poética. Sin escamotear ni mistificar la gravedad política y humana del drama social, Cepeda Samudio lo ha sometido a una especie de purificación alquímica, y solamente nos ha entregado su esencia mítica. [Todo] en este libro es un ejemplo magnífico de cómo un escritor puede sortear honradamente la inmensa cantidad de basura retórica y demagógica que se interpone entre la indignación y la nostalgia" (Pág. 82).

Es tan evidente que no es la precisión histórica lo que interesa a Cepeda Samudio que ubica la masacre en un sábado de diciembre del 1928, lo más probable es que sea el sábado 22 de diciembre porque el decreto que aparece en el libro fue firmado el martes 18 de diciembre. La masacre ocurrió entre el 5 y el 6 de diciembre de 1928. En estos detalles se ve que no es la precisión histórica lo que interesa al autor. Lo que interesa es cómo la historia toca al lector, lo transforma, lo hace actuar y marca su destino.



Referencias bibliográficas

Rodríguez, F. (2017). Las poéticas de la casa grande. Una lectura de “La hermana”. En: Álvaro Cepeda Samudio. Obra literaria. (1ª ed.), Alción Editora.
Secomandi, A. (2017). Álvaro Cepeda Samudio, Obra Literaria, edición crítica de Fabio Rodríguez Amaya y Jacques Gilard. Ensayos Historia y teoría del arte. Volumen (XXI), pp. 75-93.

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