La ciudad de las sombras

— ¿Esa es entonces la educación que les dan a las mujeres en Inglaterra?
Arshad se detuvo de una forma tan abrupta que Raza casi chocó con él—. ¿Es que no tienen nada sagrado allí?

—Por supuesto que sí, pero también tenemos un escritor llamado Oscar Wilde que decía que sólo las cosas sagradas merecen ser tocadas. Es difícil encariñarse con algo que no desciende nunca de su pedestal. (…) Eso también es aplicable a las personas.

Me gusta ser una cascarrabias. Me encanta poder decirle a la gente a la cara lo que pienso y que nadie se atreva a replicarme. Estaba deseando hacerme vieja por eso.

Quizás, todos estaríamos más contentos si aprendiéramos a reconocer la belleza de las cosas sencillas.

Parece que no puede resistir la tentación de hacerme la vida imposible ni siquiera en un momento así.

Ellos siempre me han dicho que no importa de dónde venga uno, sino a dónde vaya y lo que haga en ese camino. Esas decisiones son las que nos definen.

Me cuesta creer, señor Singh, que no haya en toda Inglaterra nada que le seduzca, por insignificante que sea. No sé, tal vez los bombones de menta, o el Earl Grey...

-¿Acaso no es ese el auténtico secreto de la felicidad?- contesté yo-. Quizás, todos estaríamos más contentos si aprendiéramos a reconocer la belleza de las cosas sencillas.

Los arqueólogos consagramos nuestras vidas a desentrañar mitos. Habría que ser realmente estúpido para dejarse convertir en uno.

Esa ciudad está maldita, y todos los que se acercan a ella también. Hay maldad en cada una de sus piedras, en cada sombra...

Hay algo retorcido ahí dentro, algo oscuro...como un monstruo adormecido...