Cerré los ojos para contener las lágrimas: si no lo piensas, me repetía como un mantra, no ha pasado; si no lo dices, no ha pasado; si no lo sientes, no ha pasado. Pero había pasado.
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Cerré los ojos para contener las lágrimas: si no lo piensas, me repetía como un mantra, no ha pasado; si no lo dices, no ha pasado; si no lo sientes, no ha pasado. Pero había pasado.
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Un ángel con alas rotas. Pero estaba tan acostumbrado a perder que aunque bajará más escalones del pozo ni siquiera tenía la sensación de ir descendiendo, y al menos pagaba, unas veces mejor y otras peor, las facturas de mi vida. O casi.
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¿Y quién no tiene rincones llenos de sombras?, pensé dirigiendo una mirada fugaz hacia aquel Larraz adusto, reconcentrado e intenso, un hombre que parecía acostumbrarse a salirse siempre con la suya y que parecía moverse en el ojo calmado de huracán mientras a su alrededor el mundo se sumía en el caos. Un guerrero cuyas sombras eran, quizá, tan alargadas como las mías propias.
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Bajo la apariencia de una lejana cordialidad, pervivía la insidia de un pasado compartido y un rincón subyacente, oscuro, intenso, que a veces me impedía respirar como si me estuviera bañando en un charco de chapapote.
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Gregorio Samsa es un ...