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Crítica de Ferrer


Ferrer
08 June 2019
Honoré de Balzac (1799-1850) fue un gigante rabelaisiano, de fuerza creadora desbordante, observador de las escenas de la vida con una mirada neta, merodeador de la alta sociedad, curioso impenitente, que dejó el teatro por la novela en busca de una fama lograda con Los chuanes, la novela histórica que le abrió las puertas de los salones de la sociedad francesa. Con Balzac se generaliza el uso del término realismo a partir de 1850 y el autor de la piel de zapa es considerado desde entonces como un realista. Balzac fue admirado por narradores rusos como Dostoievsky por su capacidad de observación de los conjuntos sociales y de los pormenores cotidianos, por su condición de impulsor de la ciudad parisina como un mito moderno y por su afán explicativo. El autor de Papá Goriot noveló el adulterio con el objetivo de criticar la moralidad católica de la época, así como el declive de los nobles linajes y los sonoros fracasos, de hecho disecciona la clase burguesa con la que se codeaba, disección que luego hará con la aristocracia Marcel Proust. de igual modo, intentó recuperar la novela epistolar (Memorias de dos jóvenes esposas), porque las cartas eliminan la separación entre vida y literatura y porque en esa vida ficcional percibe espacios soñados.
Las ilusiones perdidas (1837-1843), que ha editado Penguin Clásicos en traducción de José Ramón Monreal Salvador (edición en bolsillo de la que publicase en 2006 Random House Mondadori), está compuesta por las novelas Los dos poetas, Un gran hombre de provincias en París y Los sufrimientos del inventor (que en un inicio se tituló Eva y David) y está encuadrada en la serie de la comedia humana “Escenas de la vida de provincias” con Eugenia Grandet (1833) y otras dos obras. En 1935, durante una crisis económica, Penguin lanzó su colección de literatura popular en libro de bolsillo gracias a la iniciativa del editor Allen Lane, colección de la que es heredera Penguin Clásicos.
En Las ilusiones perdidas, el protagonista Luciano de Rubempré se enfrenta a la sociedad civil que le es hostil, pero que marca el camino a seguir. Ese enfrentamiento le lleva a un escepticismo desencantado a lo que hay que añadir unas desdichadas experiencias amorosas. La fisonomía de los personajes anuncia su carácter y la descripción del mobiliario hace lo propio con la historia de la familia que lo posee. Por lo tanto, estamos ante una mirada descriptiva con valor simbólico y con profusión de detalles, pero sin caer en la anécdota, porque no narra lo que es visible, sino que hace visible aquello que, antes de ser inmortalizado por su pluma, no lo era; y también estamos ante un retrato sutil de pasiones, una alegoría de costumbres por medio de la reproducción de mil detalles cotidianos en la que encontramos algunos de los temas recurrentes de Balzac, como son el fracaso obsesivo, la juventud desarraigada y la difícil integración (temas presentes en Las ilusiones perdidas). Una dinámica folletinesca que desentraña con tino los caracteres femeninos y se explaya en las situaciones de chismorreos y devaneos amorosos.
Los dos poetas está protagonizada por los vates y amigos de colegio Luciano y David Séchard, el primero más inconformista y soñador y el segundo más bondadoso y constante. Si David es hijo de un impresor con una ansia desmedida de lucro, Luciano es “presa a la sazón de la más profunda miseria” y un estudiante brillante que bebe “en la grosera copa de la miseria”. Luciano inicia una relación con madame de Bargeton que le lleva a París, mientras que David contrae como esposa a Eva y decide compartir los sinsabores de la imprenta de su padre con ella. Hay una prolijidad descriptiva que resulta excesiva y su prosa, tan detallista en desuso, va a desanimar a los lectores noveles, por lo que solo a los interesados en el mundo galo y en novelas de condensado aliento puede convencer esta primera obra de la trilogía.
Ambientada en la Francia de la Restauración de rígidas convenciones sociales, Un gran hombre de provincias en París (la mejor de las tres novelas) narra la llegada de Luciano a la capital francesa desde la provinciana Angulema natal para obtener amor y fortuna (más fortuna que amor), así como los putrefactos ambientes periodísticos, teatrales y literarios en los que se desenvuelve el protagonista con más infortunio que otra cosa, y todo ello con un feroz ánimo crítico, con un sarcasmo propio del que no aprueba que el dinero sea el que marque ideales, convicciones y sentimientos.
Es una época en la que las imprentas se debaten entre usar el endeble papel de algodón, papel con trapo de hilo o papel de bambú chino. En esta novela se aprecia claramente como el triángulo poder-dinero-placer predomina en los comportamientos, en los procederes hasta emponzoñar incluso el aire. “Dos horas hacía que en los oídos de Luciano todo se arreglaba con dinero. En el Teatro como en la Librería, en la Librería como en el Periódico, no se hablaba para nada del arte ni la gloria”. Lo que parece para Luciano y madame de Bargeton el inicio de una “felicidad sin trabas” es reconducido por la cruda realidad a la frustración y al desengaño, al desdén, a la inopia, al derrumbe de un joven castillo de naipes, víctima del sucio engranaje incesante de la vida parisiense. Mancillar la conciencia entre embustes y conspiraciones de salón. “Ya no se hacen los diarios para ilustrar, sino para halagar las opiniones”.
La última parte de la trilogía, Los sufrimientos del inventor, cuenta la desdicha del cuñado de Luciano, el impresor David Séchard, quien ejemplifica cómo el poder y el dinero se imponen sin contemplaciones al talento y al honor. Queda en el debe de la edición, por ejemplo, el no explicar las equivalencias monetarias, puesto que al lector actual le es difícil saber cuánto valen los luises, los escudos y los sueldos de la época. En definitiva, estamos ante una trilogía solo apta para devotos de Balzac, puesto que el resto de lectores puede sufrir de empacho descriptivo y atragantarse ante la pausada prosa del fecundo autor francés.
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