Cuánto oro esconden estas colinas

Le pese a quien le pese, me pongo el título de «lectora que te recomienda libros que te llevan derechita al psicólogo y no se arrepiente de nada».

Sinceramente, no soy mucho de westerns. Es más, me aburren y mis conocimientos sobre ellos no van más allá de las películas de Clint Eastwood. Pero este libro en concreto me llamó mucho la atención cuando leí la sinopsis. Tal vez fuese porque no me pareció la típica historia que suele estar dentro de este género, sino todo lo contrario. Esta historia es más profunda.

Las protagonistas, Lucy y Sam, son dos hermanas, hijas de inmigrantes chinos, que viajan sin rumbo por el Oeste con una pistola como medio de protección, la compañía de una yegua y el cadáver de su padre dentro de un baúl a cuestas. Una premisa potente, ¿no? Pues así es como empieza este libro. Poco a poco empezamos a conocer las circunstancias que las llevaron a esa situación: la pobreza y la hostilidad de un pueblo minero por tener orígenes diferentes. Lucy y Sam solo se tienen la una a la otra, y se embarcan en un peregrinaje para darle una sepultura digna a su padre y empezar una nueva vida en otro lugar. Pero el lejano Oeste está lleno de hienas y no te puedes fiar de nadie. La fiebre del oro corroe a todo el mundo y si no tienes nada, no eres nadie.

Lo que más me gustó de este libro es que la autora mezcla leyendas orientales con el imaginario del lejano Oeste. Podríamos decir que crea su propia mitología y esto es algo que le da un toque tan especial al libro que, sencillamente, me fascinó.

Otro de los motivos que me mantuvo enganchada a este libro de principio a fin es que está cargadito de dramas familiares. La madre, el padre, las hermanas… Absolutamente todos ocultan algo y cuando se descubre el pastel te quedas con la mandíbula hasta el suelo.

Pero entre tanto drama también hay cabida para la crítica social. Lucy y Sam abandonaron un pueblo que las rechazaba por sus orígenes y a lo largo de la historia podemos ver perfectamente la exclusión que sufrían las minorías étnicas en esa época. Gente que cruzaba el charco buscando una vida mejor, pero terminaba esclavizada en las minas de carbón. La supremacía blanca está latente en cada página y no pueden imaginarse las locuras que los estadounidenses estaban dispuestos a cometer por poseer una pepita de oro.

En estas 311 páginas crecemos con Lucy y Sam. Las conocemos cuando son dos niñas que no saben nada del mundo y, a medida que van creciendo y madurando, el paso del tiempo las va curtiendo a base de golpes. No les voy a engañar, este libro no es un camino de rosas. Es duro y desalentador, pero está escrito de una forma tan bella y emotiva que se te queda dentro. Es una historia lenta, de las que recomiendo leer con calma, y yo la volvería a leer.