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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
06 April 2022
Hoy os hablo por tercera vez en el blog de Seishi Yokomizo y su personaje estrella, Kosuke Kindaichi (en 2019 os traje Asesinato en el Honjin y otros relatos, y en 2020 os hablé de Gokumon-tō). Sé que la novela oriental en general y la clásica en particular no es del gusto de todo el mundo, pero cuando ya se habla de clásica oriental de misterio o detectivesca, la cosa se vuelve todavía más peliaguda. Mi misión en esta vida es hablaros de libros que seguramente luego me digáis que no terminan de llamaros, pero yo no pierdo la fe y perservero en el intento, que para algo me dice mi madre que soy muy cabezona. El libro que traigo hoy es la cuarta novela protagonizada por este detective, y la he disfutado igual o más que sus novelas anteriores.

Nos vamos a los inicios de esta historia. Se cuenta que Yatsuhaka (que puede traducirse como El pueblo de las ocho tumbas) recibió su nombre por un incidente que sucedió hace más de trescientos ochenta años. En aquella época llegaron a la villa ocho hombres que no solo se habían rebelado contra el señor feudal de aquellas tierras sino que habían robado tres mil monedas de oro, y decidieron esconderse en ese lugar apartado rodeado de montañas, donde vivieron en armonía con sus vecinos durante meses. Pero había un precio por sus cabezas y cuando esos mismos vecinos se enteraron decidieron acabar con los samuráis fugados para cobrar la recompensa. Los asesinaron, pero antes de morir el jefe del grupo maldijo al pueblo y sus habitantes... y empezaron a suceder cosas muy raras. Se decidió entonces poner fin a la maldición enterrando los cuerpos en ocho tumbas, que se convierten en lugar sagrado.

¿Os he contado mucho? Nada. Ni media página del libro, porque es que ahora viene lo interesante. La acción real de la novela tiene lugar en 1949, en plena posguerra, con una Japón perdedora en la contienda y muchas heridas que lamer y curar. El protagonista (y narrador) de esta historia se llama Tatsuyo Terada, un joven que vive en Kobe y que nunca conoció a su padre, cuya identidad su madre se llevó a la tumba. de repente alguien pregunta por él, y descubre no solo de quien es hijo ilegítimo, sino que también es heredero de una millonada. Y sus pasos lo llevan a Yatsuhaka, donde es bien recibido por su familia paterna pero donde también percibe el odio que le tiene todo el mundo sin conocerlo. ¿Por qué? Pues porque la historia de su padre es una historia de muerte, locura y sangre, y la superstición en su día asoció aquellos horribles hechos con la maldición de los samuráis. La aparición del hijo perdido en la villa alimenta nuevos temores, los vecinos tienen miedo de que vuelva a morir gente... y con razón, porque es asomar la patita Tatsuyo y empezar a caer como moscas.

Repito, ¿os he contado mucho? Repito también. Nada. de hecho me he cortado mucho para no desvelaros la historia del padre de Tatsuyo, que se cuenta en las primerísimas páginas. Pero digamos que Yokomizo tenía ganas de escabechina en esta novela, se escapa el apuntador y de milagro. Me lo imagino sonriendo complacido mientras pensaba quién sería el siguiente en morder el polvo.

Estos libros protagonizados por Kosuke Kindaichi siempre tienen como narrador al propio Yokomizo, que funciona como biógrafo oficial de Kindaichi (al que trata como si fuese un personaje real) y que cuenta las cosas según el propio Kindaichi se las ha revelado y/o gracias a documentos de distinto tipo que supuestamente han llegado a su poder. En El pueblo de las ocho tumbas el libro comienza del mismo modo, pero solo durante el primer capítulo, que nos introduce en la leyenda de los ocho samuráis, las ocho tumbas y los hechos trágicos protagonizados por Yozo, el padre del narrador, veinte años atrás. A partir de ese punto cede la palabra al protagonista de la historia, que desde el primer momento nos dice que no es escritor y que por tanto, florituras las mínimas. Va a contar las cosas a su modo tal y como sucedieron y las recuerda sin preocuparse por narrar como lo haría un escritor de novelas de misterio. de hecho en cierto momento se disculpa ante el narrador porque él no puede contar las cosas desde el punto de vista del detective. Apenas estuvo con él, así que no tenía ni idea de como iba la investigación en ningún momento, pero por deferencia hacia los lectores a los que les gusta adivinar el misterio conforme leen, introduce (cuando lo considera pertinente) datos de la investigación de los que solo tuvo constancia mucho tiempo después de los hechos. Eso hace que a veces pare la narración de lo que hizo él para hablar de algo que descubrió mucho después cuando se resolvió el caso. Esta estructura que el autor se saca de la manga funciona y podemos leerlo como un misterio más sin que se nos birle información ni luego dé la sensación de que el final está sacado de la manga (de hecho yo adiviné la identidad del asesino bastante pronto, pero os aseguro que eso no afecta para nada al interés que despierta la historia).

Y al hilo de todo esto, aquí viene la otra peculiaridad de esta novelas con respecto a las anteriores que he leído protagonizadas por Kindaichi... y es que Kindaichi sale muy, muy poco. El narrador solo nos puede contar lo que él ha vivido y los sucesos que él ha protagonizado, así que Kosuke Kindaichi solo aparece cuando los caminos de ambos se cruzan, que sucede en muy escasas ocasiones. Por tanto nos reencontramos con el mismo Kindaichi de siempre (desastrado en su aspecto, con los pelos alborotados de tanto mesárselos con la mano, su tartamudez, sus frases ambiguas que no sueltan prenda al más puro estilo Poirot...) pero en dosis muy pequeñas.

¿Qué más tenemos en este libro? Asesinatos y muertes a tutiplén. Como os decía, aquí casi muere hasta el apuntador, y George R. R. Martin debió tomar buena nota, porque nadie está a salvo por muy importante o protagonista que parezca a priori. Es decir, que El pueblo de las ocho tumbas se aleja un poco del whodunit, tónica predominante en occidente y que Yokomizo usaba también en muchas de sus novelas. Esto no va de un solo asesinato que nos pasamos todo el libro investigando... aquí muere alguien cada dos capítulos y llega un momento en que te preguntas quién será el siguiente, porque nadie parece estar seguro a excepción del narrador.

Yatshuhaka-Mura comparte muchas de las características de la obra de esta época del autor (al menos de la que yo he leído, claro): la ambientación y la atmósfera son predominantes, con esa aureola de tradiciones y supersticiones que retrotraen a épocas muy anteriores a cuando realmente está ambientada la historia. Una villa pequeña, aislada y rodeada por montañas, un grupo pequeño de habitantes donde todos se conocen o están relacionados de alguna manera, secretos familiares, desconfianza hacia todo y hacia todos, personajes extraños que están ahí para actuar de manera sospechosa, una comunidad cerrada a todo lo que venga de fuera y la sensación constante como lector de que todos esos personajes que se mueven por las páginas tienen una historia común que no conoces y unos lazos que los unen (ya sean positivos o negativos) ocultos tras un rostro pétreo y unas sobrias costumbres milenarias. Por eso, y a pesar de la parquedad con que el narrador lo cuenta todo, estás de su lado en todo momento: te imaginas llegando a Yatsuhaka, donde no solo no conoces a nadie sino que todo el mundo te mira con odio, y encima se te muere alguien casi al minuto de pisar tu nueva casa (más las que vendrán...), dando motivos a los recelos de esos que te miran mal. Él saldria corriendo si pudiera y tú como lector harías lo mismo si estuvieras en su situación.

Os acabo de decir que todas las obras que he leído de Yokomizo tienen elementos muy comunes, pero la verdad es que también tienen elementos que las diferencian, porque Yokomizo experimentaba con todo lo que llegaba desde occidente en cuanto a novela de misterio y detectivesca y lo aplicaba en sus propias obras. En Asesinato en el Honjin y otros relatos usó los tres tipos de misterio predominantes en la Golden Age británica (misterio de habitación cerrada, víctima sin cara no identificable y el impostor); en Gokumon-tō optó por idear un whodunit de manual en el que la mitología japonesa se entremezclaba con la muerte dando lugar a escenarios bellos y espantosos por igual; y en Yatsuhaka-Mura opta por casi lo que podría ser asesinato en serie aunque no parece haber un método que defina a ese asesino (y qué casualidad que esta misma semana os hablaré, si no pasa nada, de un libro de Agatha Christie publicado en 1936 que usaba este mismo tipo de trama). Todos tienen como nexo de unión al detective Kosuke Kindaichi, pero su presencia en cada uno de ellos aumenta o disminuye según conviene y, como ya digo, en este último es casi testimonial (por mucho que al final sea él, obviamente, quien destape el cotarro).

Qué queréis que os diga, es que yo disfruto mucho de estas novelas, la atmósfera me parece siempre fantástica, me encanta ver cómo la sociedad nipona era mucho menos timorata que la occidental de la época (aquí se habla de abusos sexuales, líbidos enormes y sexo fuera del matrimonio sin mayores complicaciones, y eso que hablamos de un pueblo pequeño y muy, muy cerrado) y las tramas que ocurren en lugares apartados que se retroalimentan con sus tragedias y supersticiones sin apenas contacto con el exterior me pirran. Mi única pena es que Kosuke Kindaichi protagonizó un porrón de historias (cuando digo un porrón son muchas de verdad... decenas) pero Quaterni no ha publicado nada sobre este personaje desde que salió este libro que hoy os traigo hace ya casi cuatro años. No me leerán, obviamente, pero yo por si acaso imploro desde aquí un nuevo caso de Kosuke, que he intentado estirar los tres libros todo lo que he podido en el tiempo pero se acabó lo que se daba.

Enlace: https://inquilinasnetherfiel..
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