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Los párpados de Zuleijá se abren como un telón que, una mañana más, muestra el escenario de la rutina. Siente el frío del ambiente, que ralentiza el despertar. Un frío que profundiza, como si fuese el agua entre las rocas, en lo más hondo del cuerpo, enredándose en el núcleo con el alma y con la pena de haber perdido a sus 4 hijas y no haber podido disfrutar de la maternidad. . En la aldea de Tartaria en la que vive, en la década de 1930, se dedica a las labores del hogar y a cuidar de su marido, 30 años mayor que ella, y de su suegra, apodada ‘La Vampira', que la maltrata y la somete aún más a una vida de entrega que, con la educación recibida, se acepta con resignación, como la aparición de nubes grises que le roban el color a un día soleado. Porque es lo que toca, es lo que corresponde. Las cosas son así y no hay más: la sumisión es una astilla incrustada en la piel. . Su vida cambiará cuando sean víctimas de la deskulakización llevada a cabo por el gobierno soviético, por la cual serán desterrados al negarse a participar en el proceso de colectivización. El horror de la separación del hogar, la incertidumbre de ignorar cuál será el destino, nuevos paisajes y nueva gente… Un punto de inflexión en su gráfica vital. Y ahí, y no cada mañana, Zuleijá abrirá de verdad los ojos, viendo lo que no sabía que existía, tal como si alguien le hubiera cambiado los suyos por otros que le permiten, por fin, mirar, ver y conocer. . La existencia en la taiga siberiana será para unos el ahogo, una prisión a cielo abierto; para otros, va a suponer una libertad desconocida, construida al momento, que parecía tiempo atrás inexistente y que viene acompañada del autoconocimiento y la posibilidad de elegir, para bien y para mal. . Emocionante epopeya con sabor a clásico y con una protagonista que se queda tatuada en la piel del lector con esa tinta invisible e indeleble de los grandes personajes literarios. Enlace: https://www.instagram.com/p/.. |
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