A veces el silencio es peor que la mentira.
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A veces el silencio es peor que la mentira.
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Pagábamos lo que costaban en el mercado negro y comíamos ostras y pasteles de crema de vainilla, bebíamos coñac, dibujábamos con carboncillo, escuchábamos swing y muy de vez en cuando bailábamos.
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En caso de alarma antiaérea, todos los huéspedes del hotel tenían que bajar a un búnker acorazado. El personal se quedaba en el cuarto de calderas.
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Tristan dijo que en tiempos de guerra es fácil olvidar quiénes somos. Que los alemanes son una nación cultural, el país de Heine y Wagner. Dijo que por eso era tan importante comer bien. Que es una expresión de nuestra cultura.
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Fui de la estación a la Puerta de Brandeburgo. Las calles eran anchas y no se veía adónde conducían. Berlín olía a carbón, a jabón sólido, a lo que huelen las estufas de leña portátiles, a cera para el suelo y nabos cocidos.
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Cuando los tanques alemanes entraron en Libia en la primavera de 1941 porque así lo dictaba la Operación Girasol, mi madre izó una bandera con la cruz gamada en la torre de casa. Fue la única vez en mi vida que oí rugir a mi padre.
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Creo que la verdad nunca corre tanto peligro como en la guerra.
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Gregorio Samsa es un ...