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Crítica de Guille63


Guille63
19 March 2023
“Las ciudades interiores son inmensas, no figuran en ningún mapa.”

Jeanette Winterson nos avisa una y otra vez de que la cosa va de contarnos historias, fantasías envueltas en un hermoso realismo mágico que realza las consecuencias de esa enfermedad llamada pasión que con colorido e imaginativo empeño la autora nos revela que no es tanto “una emoción como un destino”. Pasión en cuanto sacudida emocional que se adueña de todo nuestro ser hasta el punto de dirigir nuestros actos, y pasión en cuanto padecimiento, sufrimiento por la ausencia, perdida, derrota o desilusión ante ese objeto que despertó nuestra pasión.

“Si el amor era apasionado, el odio será obsesivo. Una necesidad de ver débil a la persona que se amaba, de verla incluso indigna de piedad.”

La historia transcurre en los tiempos en los que a Napoleón le poseía la pasión por dominar Europa. Una pasión que contagiará a toda una nación arrastrándola a unas guerras cruentas en las que los caídos se contarán por cientos de miles. Una pasión tal, la de este Napoleón, que no solo utilizó a todo un pueblo como “meros instrumentos al servicio de su voluntad de dominio”, que no solo lo hizo “sin poner como excusa una ideología, una creencia, una convicción cualquiera” («Las partículas elementales», de Houellebecq), sino que además lo consiguió aunque…

“Nadie se acordaba de que solo quince años atrás habíamos luchado por acabar de una vez por todas con la monarquía, que habíamos jurado no volver a luchar nunca excepto en defensa propia. Ahora queríamos un soberano, y queríamos que ese hombre dirigiese el mundo. No somos un pueblo excepcional.”

El joven Henry será el encargado de encarnar la ceguera de este pueblo que, como tantos otros y en tantas ocasiones, andaban necesitados de padrecitos que les dijeran lo que tenían que creer y las causas a las que se tenían que entregar. También será Henry el que encarne otra pasión, la del amor, siendo su objeto la pelirroja Vaillanelle, hija de un barquero veneciano y poseedora del estigma que distingue a los barqueros y por el que nunca acceden a quitarse las botas. También Vaillanelle sufrirá una pasión amorosa por una mujer casada por la que apostará su corazón y será testigo directo de otra de las grandes pasiones que nos rondan, la del juego.

“Jugamos con la esperanza de ganar, pero lo que nos excita es pensar en lo que podemos perder… El placer al borde del peligro es delicioso. El sentido de pérdida del jugador es lo que convierte la ganancia en un acto de amor.”

Siendo la pasión un destino, qué se puede contra él “sino izar la vela y dejar los remos”, entregarnos a su poder aun sabiendo que es insaciable, que nos esclaviza, que por ella apostamos la vida y la perdemos con frecuencia, pero sabiendo también que es capaz de liberarnos de nosotros mismos en la entrega al otro, que “sin amor, vamos a ciegas por los túneles de nuestras vidas y jamás vemos el sol”. Y sobre todo, siendo conscientes de que el hombre no puede existir sin pasión, y aunque de ella se puede salir, no indemnes, no siempre.

“En nuestros sueños luchamos a veces por salir de los océanos del deseo y subir por la escala de Jacob a aquel lugar pacífico. Luego nos despiertan voces humanas y nos ahogamos.”

Los dos primeros capítulos son intensos, potentes, sugerentes. El cuarto es trágico, conmovedor. Todos ellos hermosos. Lástima del bajón que para mí supone el tercero y que me impide darle la quinta estrella.

“En algún lugar entre el pantano y las montañas, entre el miedo y el sexo, entre Dios y el Diablo está la pasión y el modo de llegar a ella es súbito, y el regreso es peor.”
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