—Pero ¿por qué ahora sí y antes no? —insistí con cautela, tratando de buscarle algo de lógica al menos. —Ahora tampoco, tampoco es el momento, pero ya me da igual. No soporto estar sin ti, y fui imbécil de creer que podría… —Se contuvo. Me agarró la mano que me había estado acariciando y se la llevó a los labios, presa de un impulso. Noté que se me saltaban las lágrimas y la bajé. —Me alegro —dije, con voz firme—porque yo también te he echado de menos. |