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ISBN : 8416291314
64 páginas
Editorial: Editorial Periférica (04/05/2016)

Calificación promedio : 4.5/5 (sobre 1 calificaciones)
Resumen:

Los Timmins viven en un vecindario muy refinado, y no es necesario decir que son de buena familia. Ella, que cree que su cariñoso marido tiene un despacho de abogados próspero y nada en la abundancia, decidió organizar una cena con lo más exclusivo de la vieja sociedad londinense. Quiso demostrar que en su pequeño hogar podía celebrar la mejor velada de la ciudad.

¿Veinte personas en una mesa donde tan sólo caben diez? ¿Qué hacer con las viej... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Inquilinas_Netherfield
 28 March 2018
Creo que ya lo he dicho alguna vez, pero cada vez que me enfrento a un relato (o novela corta, que nunca sé muy bien dónde establecer la diferencia por mucho que me pongan la división de páginas) de uno de los grandes (y, cuando digo grandes, casi siempre me refiero a los clásicos), no dejo de asombrarme ante lo que construyen, lo que llegan a contar, en el breve espacio de 60 o 70 páginas. Y Thackeray, conocido sobre todo por esas maravillas que son La feria de las vanidades y Barry Lyndon, no ha sido una excepción. Y además tiene mucho mérito, porque lo que cuenta en sí era de lo más cotidiano en la época, pero lo hace tan afiladamente, con tanta ironía, con tanta sorna british, que aunque sea una lectura de no más de dos horas, te quedas encantada de la vida. O al menos yo me quedo encantada de la vida, que sé que los relatos o las nouvelles no son del gusto de todo el mundo.

¿Qué es esa cosa tan cotidiana que narra la historia? Pues la celebración de una cena de postín en casa de los Timmins, en la que apenas habrá algún amigo pero sí mucho postureo social, que están en temporada. ¿Quiénes son los Timmins? Pues Fitzroy Timmins, abogado con despacho en el Temple londinense pero sin mucho dinero en la cuenta bancaria, y su esposa Rosa, que, a las virtudes de coqueta, caprichosa, pizpireta, poetisa ocasional y derrochadora, sin duda añade la no menos elogiable excelencia de ser el ojito derecho de su marido, al que gobierna sin piedad con un par de carantoñas y cuatro palabras cariñosas... y claro, pasa lo que pasa. Que Rosa se empeña en dar una cena imposible, y el petimetre de su esposo agacha la cabeza, se quita de en medio y deja que la maquinaria se ponga en marcha.

¿Y qué problema arrastra la cena que Rosa se empeña en dar en el pequeño comedor de su casa? Pues para empezar que es eso, pequeño, y allí apenas caben diez personas. Pero ella se pone a mandar invitaciones como si no hubiera un mañana porque cuenta con la cortesía de que la mitad de los invitados rehusarán acudir. Cuando esto no ocurre, cuando esos veinte invitados, el doble de los que caben en la mesa, confirman su asistencia, empiezan los quebraderos de cabeza y la locura en el modesto hogar de este matrimonio... ¿cómo van a meter a veinte personas donde solo caben diez? A esa locura se suman la madre de Rosa (suegrísima de Fitzroy, obviamente, y con evidentes ganas de pisotear a su yerno y socavar su posición dentro del hogar), la falta de vajilla, la preparación de la comida, la contratación de personal preparado que la sirva, la redecoración de la casa ante el aluvión de visitas, el bebé que berrea, la hija que se harta de que su madre meta las zarpas en todo... y gastos, muchos gastos imprevistos.

¿Quién narra toda esta algarabía? Pues uno de los invitados, amigo de la pareja, quien dice que no quiere burlarse de los apuros de sus anfitriones y que jamás se atrevería a mofarse de la cena en cuestión, pero no se calla una y no deja títere cotere con cabeza. Y eso que dice que más vale cerrar la boca si quieres que te sigan invitando en temporadas posteriores... pero no, afortunadamente para el lector no la cierra, y además lo cuenta con mucha gracia.

Y con todo esto, que puede parecer una frivolidad (que lo es), o una historia banal (que podría serlo), Thackeray construye una historia que a mí me ha hecho hasta reír en alguna ocasión (reír, no sonreír, que la sonrisa se te pone cuando comienzas la lectura y ahí se queda hasta el final). Y lo más interesante de este relato es lo sorprendentemente actual que es, lo reconocibles que pueden ser muchas situaciones, actitudes y comportamientos en nuestros días. El ansia por aparentar, las ínfulas de superioridad, el gastar mucho más dinero del que se tiene para ocupar una posición elevada en la sociedad, la vanidad y el orgullo que nos impulsan a intentar ofrecer una imagen irreal de nosotros mismos ante los demás para no sentirnos rechazados, inferiores... para que no nos miren por encima del hombro y sentir que encajamos.

Y así, entre risa y risa, entre ironía e ironía, de manera punzante, inteligente y muy ingeniosa, Thackeray construyó una imagen de la burguesía de su época que, a día de hoy, 160 años después, es un fiel reflejo social que sigue totalmente vigente, lo que da buena muestra de que los seres humanos, en cuanto a nuestros defectos, ni aprendemos ni evolucionamos. Soy consciente de que hay que empatizar mucho con la ironía inglesa para que este tipo de relatos hagan sonreír, y que mucha gente lo leerá y seguramente se quedará igual, pero quien sí comparta este tipo de humor, y no lo haya leído, debe hacerlo. Lo disfrutará mucho.

Poco más puedo decir; es tan cortito que no debo extenderme mucho más. Bueno, sí, por si no os fiáis mucho de mí: G.K. Chesterton decía que no se puede leer una página de Thackeray sin esbozar una sonrisa. Y si lo decía Chesterton, por algo será. Una cena en casa de los Timmins es literatura de la buena, condensada en no más de 60 páginas. Como solo los grandes pueden hacerlo. Si ya lo decía yo al principio de la reseña...
Enlace: http://inquilinasnetherfield..
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