La casa intacta

Publicada en 1951, esta novela corta nos narra la vida de un soldado holandés que lucha junto a partisanos en un enfrentamiento contra los alemanes nazis en la Europa del Este de 1944. Considerada como un clásico de la literatura holandesa es fiel reflejo de la inutilidad, brutalidad y absurdo de la guerra. Nuestro soldado protagonista mientras intenta averiguar el objetivo de una misión que le ha sido encomendada encuentra una mansión señorial aparentemente intacta. Sin pensárselo dos veces, entra a la casa, se da un baño, se cambia sus viejos harapos de soldado y disfruta de un momento de tranquilidad. Este descanso en su vida de soldado se verá perturbado con la aparición en la puerta de la mansión de un soldado nazi que pide alojamiento para sus generales en la casa. El soldado para salvar su vida fingirá ser el propietario de la casa, pero ¿cuánto tiempo conseguirá mantener la mentira?

La elección de un lugar para el conflicto en el que reina el caos más absoluto, con alternancia del poder entre rusos, partisanos y alemanes, le da a la novela ese cariz de inestabilidad y anarquía absoluta que proporcionarán el marco para cometer los actos más viles y bajos que puede acometer un ser humano. El soldado es un hombre que ha perdido ya todo interés, sin moral ni ideales, solo busca vivir el presente y poco le importa ya hasta su propia vida. El hastío de la guerra lo ha consumido y lo ha transformado en un asesino despiadado en pos de su beneficio. Una deshumanización que queda patente en todos los soldados que aparecen en la obra. En ciertas palabras del protagonista se puede leer entre líneas la falta de empatía y humanidad hacía otros.

Especial atención merece el epílogo de su compatriota Cees Nooteboom en el que amplia y reflexiona sobra la obra. En definitiva, estamos ante una obra que no pretende tener moraleja, que nos planta frente al sinsentido de la guerra, la crueldad humana, la falsa valentía, el miedo, la cobardía y todo lo absurdo que lo rodea. Como último hay que señalar que la obra fue acusada por sus críticos de ser «pornográfica, perversa y antipatriótica». Aquellos ataques llevaron al autor al exilio. Un clásico que hay que leer.
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Dicho esto, y al hilo de lo ya expuesto, cabe rescatar el término "universo sádico" al que el escritor Cees Nooteboom hace referencia en el epílogo de la presente edición. Y es que en el relato de Hermans la violencia se presenta en toda su crudeza, explícita por momentos, incómoda de leer y que actúa como vehículo natural a lo largo de toda la narración. El lector se enfrenta a escenas inenarrables, atroces, pero todas ellas justificadas de cara a la intención por parte del autor en denunciar el sinsentido de la violencia. Algo que se acentúa si tenemos en cuenta el pensamiento nihilista de su protagonista - sólo ansía sobrevivir a cualquier precio - y la incursión de otros personajes que, independientemente de su posicionamiento ideológico u político, son capaces de cometer las mayores barbaridades en pos de una causa o un ideal en muchos casos maniqueo. Un acercamiento arriesgado pero efectivo que en los tiempos que corren nunca viene mal tener presente, sobre todo si de lo que se trata es de mandar un mensaje en favor de la no violencia cuando, a la vista está, todavía quedan resquicios de intolerancia y de agresiones movidas por el racismo, la xenofobia o la homofobia. Aunque Hermans lo capitalice en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, la denuncia traspasa los límites temporales, alcanzando un estatus universal.
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📕La casa intacta de ✒️Hermans en @gatopardoediciones
Los mira con cierto escepticismo, no advierte nada inusual. A veces no tiene con quién hablar, oscuridad en la ciudad que visita. Ruido. Las otras parece no entender las órdenes que le llegan de sus superiores. Son ya cuatro años en el frente. Conociendo caras que nunca vio, y que olvidará. Cada uno intentado hacerse entender. Sin nombres.
Vuelve a pisar una casa de verdad, inventar hogares vacíos. Escritorios y agua caliente. Un cuarto cerrado. Bajo el agua nada puede dañarte. Si la guerra nunca acaba, la casa nunca dejará de ser mía. No voy a pensar más. Ya me mostrará la casa sus excepcionalidades. Que las tiene. Rusos, alemanes, españoles qué más dan. No somos héroes. Viejos y mujeres. Ni ellos ni yo. Ahora es mi casa.

Mientras, la casa, permanecerá intacta. Tan grotesca como innecesaria. Tan corta como intensa. Pocos relatos pueden deci
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