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Crítica de Ruby


Ruby
03 September 2021
La solterona (1921) de Edith Wharton es una nouvelle de imponente calidad, como ya lo fuera Xingú (1916) en la que Wharton ya criticaba la sociedad de su tiempo y a los miembros que componían la clase alta con su humor característico entre punzante, irónico y caricaturesco. La solterona comienza con un repaso a la familia Ralston, acaudalada e influyente en la sociedad neoyorkina de mediados del siglo XIX. Los Ralston mantienen relaciones en un círculo cerrado de la alta sociedad como pueden ser los Lovell o Vandergrave. Se ven diferenciadas claramente dos partes en la obra: una primera parte de introducción de los dos personajes femeninos principales -Delia Ralston y Charlotte Lovell-, así como un secreto que compartirán ambas y que marcará sus vidas para siempre. En esta segunda parte es donde se desarrolla el nudo de la nouvelle, tratando con maestría el universo femenino de la época, como la psique de los personajes con la oposición en el alma humana entre “el deber” y “el querer” y la imposición del matrimonio más la maternidad que subseguía. La historia abre con Charlotte visitando a su prima para hacerla partícipe de un secreto que la abruma y en busca de su ayuda. La prima, Delia, perteneciente ya a la familia Ralston sabe que ayudar a su prima Charlotte conllevará unos sacrificios, un dilema moral al que hacer frente que rompería el decoro y buena imagen de las de su clase. No obstante, Delia es tentada por romper los patrones sociales y dejarse llevar por la rebeldía por una vez en su vida desafiando al orden establecido y salir de la jaula de oro de la que se encuentra presa y no es consciente hasta ese momento con la revelación de su prima Charlotte.

La solterona está escrita de una forma soberbia con un detallado análisis de la psicología de los personajes, con un intercambio de diálogos brillantes en los que Delia y Charlotte a veces se mostrarán cómplices, pero en otras ocasiones la hostilidad, los celos y la envidia saldrán a flote. Una turbulenta tormenta de sensaciones y pensamientos que sentirán las protagonistas y con las que el lector empatizará con ellas en diversos momentos. El buen uso de los silencios, aquello que no se pronuncia, que debe guardarse en secreto para no herir a otros, por el decoro, porque las acciones de las mujeres eran castigadas por ser simplemente mujer y eran pasadas por alto si se trataba de un hombre. Bien sabía Wharton, pese al tiempo transcurrido entre su nouvelle de ficción situada en 1850 que en la sociedad de su época seguía vigente ese trato de inferioridad y doble moral para ambos sexos. Sin embargo, la autora rompe una lanza a favor del personaje de Delia que, pese a verse condicionada por estas circunstancias, decide actuar y tomar conciencia cambiando su actitud aunque solo sea dos veces en su vida. La elegancia con la que Wharton expone a sus personajes en un entorno de rigidez moral, y cómo estos intentaran zafarse de la mejor manera posible, es digno de mención. La nouvelle se desarrolla en espacios cerrados, espacios a los que la mujer se encontraba relegada. Además de expresar de modo metafórico la prisión y restricciones que debían soportar las mujeres de mediados del XIX con una pauta de vida marcada desde el nacimiento con lo políticamente correcto. Hay unos pocos personajes masculinos que intervendrán en la trama, siendo uno de ellos el doctor Lanskell, que será portavoz de esa voz que se alza contra el status quo de la sociedad como su hipocresía, dándole un consejo a Delia Ralston. En ningún momento, Wharton demoniza a los personajes masculinos, lejos de ello, los presenta naturales e incluso colaborativos, la crítica va dirigida hacia la sociedad en conjunto y la doble moral imperante. Otro tema presente y capital en la nouvelle es el tema de la maternidad, que atravesará a los personajes, causará complicaciones de conflicto e intereses y será el motor que mueva todo el porvenir de la trama. Wharton deja una interesante reflexión entre la maternidad impuesta y a voluntad.

“Y a continuación, los bebés; los bebés que se suponía que “lo compensaban todo”, pero que resultaba no ser así… por más que fuesen criaturas entrañables. Una seguía sin saber exactamente qué se había perdido o qué era aquello que los hijos compensaban.”

Como curiosidad cabe citar que en 1939, el director de cine Edmund Goulding realizó una adaptación de la novela con la extraordinaria Bette Davis en el papel de Charlotte Lovell. Si aún no la leyeron, no dejen de hacerlo, totalmente recomendada.
Enlace: https://librosderuby.wordpre..
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