Sí, soy la pesada de Edith Wharton, y como buena pesada que soy vuelvo con una nueva reseña suya :) En este caso es un relato largo publicado en 1930, El día del entierro, y puesto que dada su brevedad la reseña exige la misma brevedad y concisión, me meto en faena ipso facto. La narración, que tiene lugar durante un solo día (el día del entierro del título) nos mete de lleno en el momento en que Milly Trenham ha cumplio su amenaza y se ha suicidado ante la constante carencia de afecto y las infidelidades de su marido, Ambrose. Pero claro, solo Ambrose sabe que ha sido un suicidio y conoce los verdaderos motivos, para los demás vecinos de la población de Kinsborough ha sido un accidente fruto de los nervios de la fallecida. Ambrose, ser egoísta y cruel, empieza a sufrir remordimientos pero le echa la culpa a su amante, Barbara Wake, por haberle engatusado, así que decide romper con ella el mismo día en que entierra a su pobre mujer... pero es incapaz de estar solo, sus remordimientos no son más que ínfulas egocéntricas, y realmente le dan igual tanto su mujer como su amante: lo que realmente importa es que él esté cómodo, bien atendido y mimado por una mujer a su lado. Lo que piense Barbara sobre todo esto es el quid de la cuestión en el relato. La historia, que apenas cuenta unas cincuenta páginas, ahonda en eso que tan bien se le daba a esta autora: el perfil psicológico de personajes complejos alejados de arquetipos y que no siempre se comportaban tal y como se esperaba de ellos, algo que en este relato es notable en el personaje masculino pero todavía más en el femenino, porque además cada uno cumple una función muy concreta en este relato. En la breve biografía que acompaña a esta edición se hace hincapié en algo que será muy importante para comprender esta historia: Edith Wharton se casó con un hombre mucho mayor que ella que le fue repetidamente infiel durante todos sus años de matrimonio y que trastocó en gran medida su salud mental (luego ella acabó siéndole también infiel a él, pero esa es otra historia xD). El caso es que Wharton vuelca en esta trama toda su experiencia y amargura ante una situación matrimonial insostenible, y por ello el retrato de Ambrose Trenham (machista, egoísta, narcisista) es demoledor por su agudeza, mientras que en un momento de la historia que no puedo especificar surge un monólogo que da voz a todas esas mujeres de una época en la que, aunque podían divorciarse, todavía eran señaladas socialmente por ello, por lo que muchas de ellas sufrían las infidelidades de sus maridos en silencio acatando la humillación que eso suponía (sigue ocurriendo a día de hoy, imaginaos hace casi cien años). El comienzo del relato es sencillamente genial: Milly amenazó con suicidarse si su marido no dejaba a su amante, el marido pasó de ella y Milly cumplió su amenaza tirándose por el balcón. Un primer párrafo breve pero que es tan directo y acerado que pincha. Y a partir de ese momento Wharton se sumerge en la cabeza de un hombre que sufre remordimientos durante cinco milisegundos antes de echarle toda la culpa a su amante, esa desvergonzada que le ha llevado por mal camino. Mientras urde el modo de romper con ella (o algo así) se muestra incapaz de estar solo y necesita tener a alguien pendiente de él (como su mujer ya no está, le vale la criada), y así acampamos en su cabeza y conocemos de primera mano todos esos procesos mentales carentes de cualquier atisbo de empatía que han dado forma al hombre que es: un hombre que solo piensa en sí mismo aun con su mujer casi de cuerpo presente, y que ciertamente no ve venir lo que le espera. Poco más os puedo contar porque, como digo, es un relato muy cortito. A quien le resulte pesado leer a la Wharton en novela siempre le recomiendo sus relatos o nouvelles, porque merecen mucho la pena: se leen en un suspiro y otorga profundidad y complejidad tanto a la trama como a los personajes pese a la frugalidad de páginas y la dificultad para desarrollar toda una trama narrativa en tan poco espacio. Sacaba oro de donde otros sacarían bronce (con suerte). Enlace: http://inquilinasnetherfield.. + Leer más |
Nacida en el seno de una rica familia de Nueva York, la popularidad y el respeto de sus pares, a ambos lados del Atlántico, no bastaron para que los académicos suecos tuvieran en cuenta a Edith Wharton (1862-1937) para otorgarle el Premio Nobel.
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