El mes de abril de 2022 ha sido emocionalmente duro. En 16 días he perdido a dos personas importantes en mi vida. La primera de esas personas intentaba recordarme siempre que de los problemas hay que reírse (y de uno mismo también, pero queriéndote mucho), que Sade era un "cochino" y que Trollope merece mucho la pena. El segundo me enseñó la importancia de la palabra dada, la sencillez, la honradez... Y la retranca. Los dos me han dejado bastante huérfana, así que estos días busco "mis lugares seguros". Uno de ellos es una buena taza de té (#yotecielo está muy rico, pero su olor es simplemente bestial) tomada a pequeños sorbos. Otro son libros cortos de ciertos escritores: Edith Wharton, por ejemplo. En este caso se trata de uno de sus primeros relatos (se nota), pero en él ya se ve a esa Wharton crítica que tanto me gusta. Una historia sencilla, la de mucha gente de la época que decide dejar un matrimonio infeliz por otro amor que los condena al ostracismo (sobre todo a ellas). |
Nacida en el seno de una rica familia de Nueva York, la popularidad y el respeto de sus pares, a ambos lados del Atlántico, no bastaron para que los académicos suecos tuvieran en cuenta a Edith Wharton (1862-1937) para otorgarle el Premio Nobel.
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