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Crítica de JimenaAlmena


JimenaAlmena
12 June 2019
Para empezar, Westover nos ilustra la cara más desconocida e insólita de la década de los 90 en Estados Unidos. Mientras la gran superpotencia imponía su poder sobre el resto del mundo lanzando satélites y sistemas operativos al espacio, una familia decide anclarse, por voluntad propia, en la versión bestia y peligrosa del american way of life. Dicho de otra forma, en la inconsciencia de una vida supeditada a los delirios de un padre autoritario, fanático, mormón y firme defensor de las teorías de la conspiración más locas que os podáis imaginar. Con este panorama, observamos como Tara, al igual que el resto de sus hermanos, no va a la escuela, carece de un certificado de nacimiento, no está muy segura de la edad que tiene, y por supuesto, nunca ha sido vacunada. Los electrodomésticos así como objetos tan importantes como el teléfono van llegando poco a poco, su madre (una matrona que ejerce en contra de su voluntad) es la encargada de curarles cuando están enfermos o sufren accidentes (algunos de ellos terribles), el padre obliga a sus hijos a trabajar en el desguace (sin medidas de protección o seguridad) y hasta almacenan conservas de melocotón por si, según el patriarca, se produce un cataclismo y se quedan ellos solos en el mundo. Visto de esta forma, Tara Westover le da una patada a esa imagen tan idílica de la vida en el campo, y ya de paso, un puñetazo en el estómago de los lectores. En esta historia, por fortuna, existen dos puntos de inflexión: el momento en el que, gracias a su bonita voz, consigue entrar en un coro (lo cual la introduce indirectamente en el microcosmos de su localidad) y cuando, instada por uno de sus hermanos mayores, decide seguir sus pasos y prepararse el examen para acceso a la Universidad, ya que las clases que su madre le imparte en casa dejan mucho que desear.
A partir de ese momento, cuando por fin consigue acceder a la Universidad (y no olvidemos, a un aula por primera vez en su vida) empieza la verdadera lucha: afrontar la evidente ruptura entre lo que ha vivido desde su más tierna infancia y ese mundo al que consigue, no sin dificultad y a trompicones, acceder. En otras palabras, el paso de ser una niña asilvestrada a una culta investigadora. Esta es una historia de superación, sí, pero más allá de eso, lo que importa son los traumas que Tara que aún arrastra, esas heridas cuyo proceso de sanación fue doloroso y lo que implica dejar atrás todas las enseñanzas y modo de vida en contra, por supuesto, de su padre. El choque emocional es brutal, tanto que el lector no puede evitar sentir pena, compasión, querer traspasar el papel para abrazar a Tara y decirle que la entendemos, que la comprendemos, que no se preocupe, que estamos con ella. A todo esto, la propia Westover no percibe su experiencia como un triunfo, sino como un proceso largo en el que la humildad y sobre todo la inseguridad de entonces todavía carga a su espalda. Como es obvio, el proceso de adaptación no es fácil. Tara narra con total sinceridad su supina ignorancia frente a algunos principios básicos relacionados con la higiene, la sexualidad, así como aspectos de cultura general o fobias a medicamentos. Desde pequeña mamó un mormonismo extremadamente fundamentalista, así que le costó mucho desprenderse de ese escepticismo ante las ayudas del gobierno o ese temor a que, un día, dios les libraría de un posible apocalipsis. En Una educación, Tara Westover no reniega de sus orígenes a pesar de haberlos dejado atrás, algo que refuerza la idea de Una educación como una novela constructiva (escrita desde lo contenido y no desde la rabia) y de reconciliación con su pasado, o más bien con su padre, la piedra angular de su infancia y adolescencia cuya sombra aún parece alargada.
Enlace: http://jimenadelaalmena.blog..
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