Tenía la desesperanzada esperanza de que algún día habría de tener una experiencia que sería como la alquimia, convirtiendo en oro todos los oscuros metales del devenir de las cosas, y que a partir de esa revelación proseguiría su camino tocado de una alegría inextinguible.
Por supuesto, esa experiencia nunca había llegado. Literalmente no había espacio para una revelación en la vida tan ajetreada que llevaba. En primer lugar, al morir su padre tuvo que hacerse cargo de una negocio gravado por las necesidades de una multitud de parientes femeninas, todas ellas inútiles, ya fuera a la manera antigua, con antimacasares, como a la moderna, con palos de golf.