El castillo de Otranto

Ella no sabe nada acerca de sus terribles deseos, y no quería otra cosa que no fuera ponerla a usted sobre aviso. Ya vio usted con qué mansedumbre, con qué amor, la princesa escuchó y después se negó a seguir escudando hasta qué punto era grande la culpa de su señor. Estoy seguro de que muere por abrazarlo y brindarle la seguridad de su regazo.

¡Me sorprende tu lenguaje! Sé que eres temperamental, pero nunca te había visto cometer un desliz semajante ...

Se requería una valentía como la de Manfred para no aflojar ante una combinación tan increíble de circunstancias que parecían anunciar su fin.

Un espectador ve mejor el juego que aquellos que lo juegan

Si el amor nivela los rangos, también los levanta.

Defiendes su causa con muchísimo patetismo, si consideramos que apenas lo conoces.

Tu semblante, tus acciones, toda tu adorable persona parece una emanación divina, pero tus palabras son oscuras y misteriosas.

En nombre de su señor, Federico, marqués de Vicenza, reclama a Lady Isabella, hija de ese príncipe, de quien tú te has apoderado de manera baja y traidora, sobornando a los falsos guardianes durante la ausencia de su padre; y te induce a renunciar al principado de Otranto, que usurpaste al mencionado Federico, el pariente más cercano por sangre al último señor legal, Alfonso el Bueno.

¿Qué es la sangre? ¿qué es la nobleza? Todos somos reptiles, criaturas miserables y pecadoras. Sólo la piedad puede distinguirnos del polvo de donde salimos y al que habremos irremisiblemente de retornar.

No temo a la ira de nadie cuando una mujer en peligro se pone bajo mi protección.