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Crítica de Forolibro


Forolibro
17 March 2021
– GUSTARÁ:
A los aficionados a las narraciones de aventuras de chicos y chicas que se sustentan en misterios, sociedades secretas y brujería de diversa índole. A quienes divierte la ingenua espontaneidad de los más pequeños y los primeros escarceos románticos de los adolescentes. A los que apuestan por el dinamismo de la acción obviando los corsés de lo verosímil.

– NO GUSTARÁ:
A los que “pasan” de brujos, brujas y todo lo oscuro. A quienes prefieren a sus pequeños héroes enfrentados con villanos convencionales. A los “diseccionadores” y “clasificadores” racionales de lo misterioso y lo esotérico. A aquellos que disfrutan con prolijas descripciones de los caracteres, ambientes y “decorados” menos familiares y evidentes.

– LA FRASE:
“Galahad, todos tenemos miedo, lo que ocurre es que en la sociedad actual la muerte se vive como algo incómodo, casi tabú. No es que a nosotros nos seduzca la idea de morirnos. No obstante, llega un momento en que es algo con lo que aprendes a convivir. Nuestros ancestros creían que al dejar este mundo llevaban a cabo el tránsito hacia una vida mejor: Verdes praderas surcadas por manantiales en las que poder cabalgar bajo un cielo siempre azul”.

– RESEÑA:
Hoy traemos para reseñar: La hermandad oscura, de G. W. March, una narración que se encuadra en el género de aventuras infantiles y juveniles pero con algunas notas que atraerán la atención y permitirán el entretenimiento y análisis de algún público más adulto. Un pequeño pueblo costero de Escocia, habitualmente tranquilo y apacible, que conserva los restos de una bella e histórica fortaleza y sus jardines, sirve de palenque para que, una vez más, confronten sin cuartel las eternas fuerzas del bien y del mal. En un radio de poco más de 5 kilómetros G. W. March moverá sus personajes durante 441 páginas de carreras, persecuciones, intrigas, peleas y sobresaltos, con algún abominable crimen incluido. Posteriormente, algunas páginas más adelante, nos situará en un peculiar escenario final, digno de James Bond o de alguno de sus archienemigos, a muchos kilómetros de distancia.

Menos de dos millas separan las ruinas del castillo de Dirleton de la playa más próxima y justo enfrente, al norte, la isla de Fidra, un paraíso residencial de alcatraces que inspiró a Robert Louis Stevenson su novela “La isla del tesoro” publicada en Londres en 1883. Una zona rica en castillos y campos de golf, donde ningún suceso de especial relevancia era de esperar hasta que la casualidad, o el destino, hicieron confluir en un mismo espacio-temporal a poderosas fuerzas de opuesto orden, con su inevitable y dramática confrontación.

Para los que leyeron con deleite “Un Yanki en la Corte del Rey Arturo”, de Markt Twain, (publicada originalmente en 1889) o Las aventuras de El Príncipe Valiente (exclusivamente de Harold Foster entre 1937 y 1971) resulta alentador y sugerente encontrar, desde las primeras páginas de “La hermandad oscura” a personajes protagonistas homónimos como Gawain (MacCallan), Galahad (MacDarmott) o Perceval (MacLeod), pues son tres de los doce principales caballeros de la Tabla Redonda del Rey Arturo, si bien es cierto que en este caso con roles, valores y actitudes muy diversas. En todo caso predispone a sumergirse en el mundo de la magia, la espada y la brujería. Los primeros lances y movimientos de los pandilleros del pueblo auguran conflictos y tensiones que se manifestarán en un microcosmos, inserto a su vez en un amplio universo de maldad. Los lectores podrán dejarse conducir sencillamente por el dinamismo de la acción, protagonizada por un grupo de niños y adolescentes que tanto recuerdan a “Alfred Hitchcock y los tres investigadores” (de la inefable Editorial Molino de los años 70), “Los Goonies” (película de 1985 escrita por Chris Columbus, producida por Steven Spielberg y dirigida por Richard Donner) o la serie “Los cinco” (de la escritora inglesa Enid Blyton, y otros participantes, escrita de 1940 a 1960, tanto en papel como en sus versiones cinematográficas o televisivas). En ese estrato de divertimento juvenil “La hermandad oscura” cumple eficazmente su papel.

Hay otros aspectos de crítica social, soterrados, que también tienen su cabida armónica en la novela, como la génesis de bandas juveniles al estilo de los Tiburones, los Dalton o Los pies verdes y el comportamiento, a veces reversible, de sus miembros. Incluso pueden conjugarse, confrontarse y, tal vez, aunque con mayor dificultad, combinarse las pinceladas filosóficas del Maestro Morihei Ueshiba y los preceptos segundo y tercero de la Tabla Esmeralda de Hermes Trismegisto, por no hablar de la propia esencia de las grandes religiones, especialmente de las tres monoteístas. Nos referimos al “Uno” y al “Todo” que G. W. March muestra como horizonte espiritual de una esforzada organización. Sin embargo aquellos lectores que intenten profundizar en otras “galerías” o vetas de esta mina literaria que, según se trasluce, propone el autor, encontrarán obstáculos y encrucijadas de difícil tránsito. La profusión de referencias y elementos históricos, mágicos, mitológicos y fantásticos incluidos por G. W. March, dada su heterogeneidad, dispersa disposición y tratamiento, pueden tener el efecto de situar al lector, desconcertado, “ante las vitrinas” de un Gabinete de curiosidades o Cuarto de maravillas, donde encuentre muy variados y exóticos “objetos” que pueden tener, o no, sentido y relación entre sí. Sobre todo si el lector está acostumbrado, y está más inclinado, al estilo de los “museos modernos”, debidamente estructurados y extensamente documentados. El recorrido por “La hermandad oscura” nos abocará a civilizaciones antiguas, como la egipcia, la azteca, o la tibetana, a credos, asesinos diabólicos, druidas, dioses, sectas, brujos, nazis, conspiraciones, sociedades y servicios secretos, que se mencionan con profusión e impregnan la obra en mayor o menor medida. Mientras algunos buscan incansablemente los símbolos de poder sobrenatural, al estilo de los caballeros artúricos del Grial, de la Sociedad Ahnenerbe, de la Sociedad Thule, o del cinematográfico arqueólogo Indiana Jones, otros parecen emular a los conservadores monjes-soldados del Temple, supuestos guardianes del Arca de la Alianza y, por qué no, de la Lanza de Longinos, o las Calaveras de cristal de Lubaantun.

De esta forma, algunos personajes de esta novela guardan, con tesón y crueldad, crípticas fórmulas y arcanos para mantener su supremacía. Mientras todos, buenos y malos, intentan fulminar al adversario en un propósito tan antiguo como el propio Tiempo. Tal vez veamos una continuidad y un final clarificador en nuevas aportaciones de la conjura de las sombras.
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