La novela es francamente interesante; tanto como difícil de traducir. Parece que Isabel Hernández ha optado por pegarse al máximo a la forma del texto de salida, con lo que la traducción española resulta a veces un poco artificial. Los registros lingüísticos, sobre todo, son, en ocasiones, poco coherentes, y el lector sucumbe, en más de un momento, a una sensación de extrañeza. La edición, en cambio, es magnífica: las notas a pie de página son siempre oportunas y esclarecedoras, sin añadir nunca peso al texto. En conjunto, Juventud sin Dios me parece una lectura altamente recomendable. |