A ti te gusta la quietud. Tienes vocación de adorno. Llegas, te instalas, y tu serenidad mejora el ambiente. No se trata de algo forzado: no estás posando.
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A ti te gusta la quietud. Tienes vocación de adorno. Llegas, te instalas, y tu serenidad mejora el ambiente. No se trata de algo forzado: no estás posando.
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Me sometió a un castigo refinado. Una tortura deliciosa, insoportable, la tortura de la dicha a medias. Me daba un placer extraordinario pero siempre parcial. En cambio ella estaba satisfecha. Lo poco que yo le daba le parecía suficiente.
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Se había dado el lujo de usar una cita para mantenerme lejos de su mundo interior. Me pregunté si otras de sus frases —acaso las que parecían más sinceras, producto del éxtasis físico— serían notas de pie de página.
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Después de contemplar el dolor de los iracundos, la gente irritable atrapada dentro de sí misma (con la que, dicho sea de paso, me identifico bastante), Dante habla de la función de la fantasía. Incluso en los peores momentos y en las más duras mazmorras, un impulso nos permite escapar mentalmente, ascender, subir más allá de las rocas y los muros que nos encierran y llegar al cielo para extraerle algo. ¿Qué obtenemos gracias a la alta fantasía? ¡Lluvia! El ser libre modifica el cielo. Extasiado, el que imagina se eleva. En consecuencia, según Dante, “llueve en la alta fantasía”, la zona donde el poeta cambia el clima.
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¿Qué pudo ver en mí? Lo ignoro. Tal vez la seguridad que da alguien cautivo. Yo nunca iba a otra parte, mi vida transcurría entre la biblioteca y la casa, que es otra biblioteca; veía poca gente, las rutinas consumían mi espalda… ¡Los libros que ella trataba como presos me tenían preso! Supongo que eso le gustaba. Hay gente para todo.
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Incluso los libros distantes o inconseguibles ocupan un anaquel imaginario.
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No doy conferencias para lucirme; no promuevo mi visión del mundo, y acaso no la tenga. He leído a otros y me interesa congregarlos. Se trata, seguramente, de una manía de solitario, y también de un aprendizaje; hay ideas que sólo surgen cuando ejercitas tu cerebro ante los otros. La conferencia es un laboratorio mental; surge ante los oyentes y el primer sorprendido es el que habla.
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Los lectores somos exagerados, muchas veces inventamos asociaciones.
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Me gusta decir tu nombre: Bruno. Lo pronuncio y sé que no hay ratones y que no estoy solo, aunque no te vea, aunque tardes en llegar con tu elegancia silenciosa.
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Esto me pareció una señal, aunque todo me hubiera parecido una señal. El amor es un intérprete obsesivo.
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Como agua para chocolate