Bartleby y compañía

Empecé a leer Bartleby y compañía (2000), en un balneario portugués y lo terminé en la piscina de un ático lisboeta. ¿O era al contrario? El caso es que Enrique Vila-Matas me acompañó unos días extraños, de calor sofocante, con mascarilla y sin ella, sin demasiadas ganas de nada que no fuera sumergirme y mantenerme en apnea bajo el agua. A pesar de ello, cada vez que me resguardan del sol entre sus páginas, sonreía en cuanto retomaba la lectura de sus notas al margen, esas glosas que cobraron vida propia y se convirtieron en la historia de los rebeldes, de los que se negaron a escribir, de los que compusieron versos y ordenaron tramas en el más absoluto de los silencios. Y disfrutaron de ello.
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¿Es ensayo? ¿Es novela? Es un magnífico texto híbrido de anotaciones recogidas por un jorobado con mala suerte con las mujeres, de baja por una falsa depresión, que desea dedicar unas semanas al estudio de esos ágrafos que tanto le fascinan. E hilvana sus recuerdos, sus sueños y sus pesadillas con las biografías y las anécdotas más brillantes de autores como Goethe, Kafka, Wilde, Rulfo, Salinger, Rimbaud... Incluso aparecen los antiquísimos, y omnipresentes, Sócrates, un excéntrico sin remedio, y Platón, el escribiente.
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Vila-Matas realiza un repaso histórico-literario de aquellos a los que llama “bartlebys”, en honor al protagonista del relato de Herman Melville “Bartleby, el escribiente”, es decir, aquellos que se negaron a escribir. Y, a través de su selección de citas, logra rescatar a intelectuales olvidados, que consiguen que el lector se planteé qué es lo que sucede realmente con esta negación  de la negación.
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