-Según mi experiencia- comenzó diciendo-las personas que se comportan con mayor corrección son las que cometen las fechorías. No podemos confiar en nadie.
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-Según mi experiencia- comenzó diciendo-las personas que se comportan con mayor corrección son las que cometen las fechorías. No podemos confiar en nadie.
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En efecto, junto a la confusa impresión de una suave contraluz en las vidrieras del café, me llegó, de pronto, la idea de escribir una novela en la que analizaría los días decisivos de mi formación literaria, una novela ilustrada con metáforas crecientemente numerosas que construirían progresivamente una biografía falsa, progresando desde el pasado hacia el presente y desplegándose en un relato concreto que sería una peregrinación al fondo de mí mismo, la novela de la formación de un escritor a través de la experiencia vivida.
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Me pregunté a quién estaría parodiando. A juzgar por las frases que ponía en boca del personaje, éste era sin duda, un individuo mediocre, abyecto, ruin e indeseable. Pensé de inmediato en uno de esos hombrecillos que ocultan sus insuficicnecias en un discurso trascendente. El parodiado era, con toda seguridad, un poeta fracasado. Era también un miserable mendigo. El parodiado cantaba las excelencias de un jardín normando. El parodiado era un imbécil, no cabía la menor duda. Y, de pronto, cuand más confiado me encontraba, resonando su voz en mi conciencia, descubrí que aquel ser abyecto, grotesco, miserable no era otro que yo mismo.
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Hasta donde alcanzan mis recuerdos, es como si, en sueños, estuviera destinado siempre al horror. Aquella noche, creyendo que Eva enloquecía en el centro de una biblioteca en llamas, llegué al punto vital de la pesadilla: empuñando una metralleta Stein, avanzaba yo por corredores de ensueño buscando a Héctor para matarle. Pero, al entrar al lavabo, leía, escrita con carmín rojo en el espejo, la leyenda con la que se despedía de mí. ? .
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Ser surrealista era, para Eva, envenenar moscas en una gaveta, por ejemplo. Y utilizar en las comidas una salsa nada adecuada al plato correspondiente era, según ella, un acto muy creativo, absurda idea que, ante el espanto de Héctor, la llevaba, por ejemplo, a rociar con curry un pato a la naranja. Añádase a tanto absurdo su insistencia en llamarme Stein. -Stain- intervine yo, pero era inútil.
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¿En que trabaja Kote?