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Crítica de soniagpan


soniagpan
23 October 2020

En estos tiempos de pausa, de estancamiento vital, de parada forzada, la lectura de Memorias de la luz de Magalí Vidoz, ha supuesto todo un descubrimiento, una ventana abierta por donde las palabras iluminan una nueva forma de viaje interior. Este pequeño pero intenso libro, inclasificable en su estilo (no es poesía pero está lleno de lírica, no es un libro de viajes, pero está repleto de caminos y topónimos), impulsa al crecimiento personal, al movimiento contante que es vida. Cada página trasmite emociones diferentes, como las vividas en cada etapa por esta viajera incansable, esta aventurera: soledad, asombro, placer… Pero sobre todo, despierta e inspira una forma de afrontar la vida como un continuo ir hacia adelante, avanzando hacia el conocimiento de uno mismo, una auténtica llamada a la vida, cuando todo parece reducirse a las cuatro paredes de la casa y el mundo se antoja tan lejano e inalcanzable.
El viaje que propone Magalí Vidoz parte de un trayecto geográfico real que pronto advertimos, es en realidad un viaje literario. de hecho, destacaría la belleza de las metáforas sobre la escritura, y es que la palabra es la compañera, la forma natural de comunicación surgida de la experiencia del viaje en solitario. Así, Vidoz confiesa que “La escritura es el deseo de contar todas las cosas que suceden en la luz” o “Escribir es ese espacio en blanco en donde una forma es parida a la luz”. Las palabras además son melodía y este libro surge de una canción interior. El viaje es la fuente de inspiración, a veces torrencial, a veces, con temor a que se agote: “Escritos más cortos cada vez, me da temor gastar la fuente de donde surgen las palabras.” En cualquier caso, las palabras siempre son las que guían el viaje: por ejemplo, el aprendizaje de nuevos idiomas (el turco), es su forma de conocer el mundo.
Realmente, la alusión a los meses y estaciones que se suceden repetidamente y sin orden, los sonoros topónimos, los ligeros apuntes sobre personas o estancias que se pincelan aquí y allá, son solo los indicadores de un mapa que no es tanto geográfico como un mapa de palabras. La autora nos hace movernos más a través del lenguaje que de lugares concretos. Las palabras sirven para anclar la memoria de este viaje interior. El paso del tiempo, de las personas, de los lugares…, moldean al viajero: “Pero ya no soy la misma que he sido.” En otro momento, ella misma se pregunta: “¿He viajado?” Y responde: “Me he movido interiormente, eso es todo.”
Por ello, Memorias de la luz no es un libro para leer del tirón, sino un compañero de viaje. de hecho, su pequeño tamaño (que nos recuerda a los cuadernos de viaje donde se anotan impresiones, sensaciones, momentos, olores…) es todo un acierto por parte de la editorial Índigo editoras dentro de la colección Los hilos (mi reconocimiento a este proyecto por dar voz “a todas las mujeres cursiva que estamos escribiendo este siglo XXI”).
Por apuntar algún aspecto que hace compleja la lectura, señalaría los giros arcanos y herméticos en los que a veces cae la autora. Su experiencia es tan personal, que no la hacen trascender a la comunicación de sentimientos universales. Quizá el apoyo visual acompañando a estas impresiones tan personales sumaría a esas palabras.
En cualquier caso, es un libro necesario para descubrir el poder de la palabra que nos conecta con el viaje de la vida. Con un recuerdo al Ítaca de Kavafis, Magalí Vidoz reinventa la esencia del viaje, va “amasando kilómetros” y recordando que es mejor tomar “la ruta más larga que pueda existir”. O, como dice en otro momento, “No sé la fecha de regreso”. Y es que todos los sellos en el pasaporte no dicen nada en comparación con estas palabras.
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