El oficio de escritor

Ponemos la mayor parte de nosotros mismos en ciertos libros, que tal vez no son los mejores.

Uno es siempre el producto de una cultura. Algunas veces influyen en nosotros escritores humildes que hemos olvidado.

El gran novelista no depende más que de sí mismo.

-Qué estás dibujando, Juanito.
-A Dios.
-Pero nadie sabe cómo es Él.
-Lo sabrán cuando yo termine el dibujo.
Esa confianza ya es imposible de obtener.

Es difícil escribir un paraíso cuando todas las indicaciones superficiales hacen pensar que debe escribirse un apocalipsis. Es obviamente mucho más fácil hallar habitantes para un infierno o aun para un purgatorio. Estoy tratando de recoger el registro de los peldaños superiores de la mente.

El enemigo es la supresión de la historia. En contra de nosotros están la propaganda desconcertante y el lavado cerebral, el lujo y la violencia.

En este horrible maelstrom, en este horrible alud hacia la uniformidad, toda lucha es por la conservación del alma individual.

Lo que temo no es ser olvidado después de mi muerte, sino, más bien, que no se me olvide lo suficiente. Como estábamos diciendo, no son nuestros libros los que sobreviven, sino nuestras pobres vidas las que subsisten en las historias.

Casi no existen escritores que desaparezcan dentro de sus obras. Lo que sucede casi siempre es lo contrario. Aun los grandes personajes que han sobrevivido en las novelas se encuentran más ahora en los manuales e historia de la literatura, como en un museo. Como criaturas vivientes se gastan y se debilitan. Algunas veces hasta se les ve morir. A Madame Bovary la veo menos saludable que antes.

El hombre es alguien que se crea o se destruye a sí mismo. No es un ser inmóvil, fijado, vaciado en un molde de una vez por todas. El ser es un ser atrapado en el drama de la salvación, aún cuando él mismo no lo sepa.