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Crítica de Yani


Yani
06 May 2018
Debería decir que esta novela no me gustó. Porque es violenta, porque es racista, porque es machista, porque los personajes son un asco, víctimas y victimarios de las circunstancias, porque los odié y etcétera. Y sí, he pensado en eso unas cuantas veces, pero la novela, independientemente de su temática, fue más fuerte que yo: La ciudad y los perros me encantó. No podía dejar de leer. Ni siquiera las perspectivas alternativas y la narración fluida y apretada pudieron hacer que abandonara el libro (de hecho, hicieron que me gustara más).

La historia arranca en el momento en que un grupo de alumnos del Colegio Militar Leoncio Prado planea robar un examen. Esto trae consecuencias que van a desatar toda la novela hasta que termina y eso me sorprendió: de una travesura se desprenden hechos y así se van articulando las vidas de los personajes (el Jaguar, Cava, Boa, Alberto, el Esclavo y demás), ya que la novela no se centra sólo en la estadía de estos durante el período escolar. de esta forma, el lector se irá enterando en medio del camino de los motivos de la elección de esa educación, de las cargas de los alumnos, de las expectativas, de las frustraciones. Pero también están los episodios en los que los jóvenes se rebelan ante la dura disciplina del colegio, que intenta hacerles adoptar a la fuerza una postura incómoda (o no tanto, porque a algunos les sale bien): hombres serios, derechos, bien machos, fieles a la patria. Todos están estrictamente vigilados por las autoridades del colegio, que imponen castigos y humillan a los alumnos cuando se les da la gana, pero que también se maltratan entre sí. El problema está en que esa presión que ejercen encuentra una escapatoria, porque los chicos rompen las reglas igual (fuman, toman alcohol, pelean).

Hay escenas revulsivas que esperaba desde el momento en que leí que era un internado de varones, porque ya me había topado con una novela con una temática parecida y no pude evitar compararlas. Esta es mucho peor, vale aclarar. En el plano de lo sexual se puede esperar cualquier cosa, pero lo que me pareció “nuevo” (por llamarlo de alguna manera) fue el brutal trato que se tenían los jóvenes durante la convivencia. Sin embargo, aquí no hay ovejas blancas: la violencia es cíclica, el daño se recibe y luego se distribuye a otro, sin miramientos. La rabia no es sólo física, sino que también es verbal (en la novela se insultan muchísimo usando las divisiones regionales y las cuestiones de hombría, por ejemplo). Ni siquiera Alberto, el que engaña con su apodo de “Poeta” y parece ser medianamente reflexivo, se salva. Y, sin embargo, ninguno tiene la culpa.

Llega un punto en donde la novela da un giro y ya no se puede adivinar el futuro. Nunca supe qué iba a pasar, porque Vargas Llosa se vale de los cambios de perspectivas y produce un engaño que funciona (o que funcionó conmigo, al menos). Uno arma su teoría, pero sólo en el final comprueba si era acertada o no. El estilo parece sencillo, no hay términos rebuscados. La única dificultad para los lectores distraídos viene de la mano de la narración que da saltos temporales (hacia atrás y hacia adelante) y cambia los personajes que llevan la historia, además de usar distintos narradores para cada punto de vista (algunos están en primera persona y otros en tercera). Esto es muy interesante porque en los episodios en primera persona uno se mete en los pensamientos de los personajes. Uno se vuelve ellos y te atrapan.

Casi todo lo que conté sonó horrible, incluso hasta repelente, pero es bueno saber que Vargas Llosa está exponiendo y criticando, no avalando. No es lo mismo. Leí que él fue a esa escuela y, por lo tanto, pudo aportar un poco de sus conocimientos sobre ese sistema de educación (si se le puede llamar “educación”). Esta novela me resultó muy interesante por su planteo, por su falta de moderación. Cuando uno la lee se siente mal, es muy provocativa e invita a reflexionar de una manera poco suave, como si te estuvieran zamarreando. Tal vez me lo haya tomado en serio, pero eso es lo que me sucedió. Por supuesto, tengo ganas de seguir leyendo a Vargas Llosa porque me causó una buena impresión con su literatura.
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