La Fiesta del Chivo

Vargas Llosa nos cuenta los últimos tiempos del régimen del dictador Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana, fundamentalmente a través de Urania, una mujer que huyó a Nueva York y que fue una de esas chicas que vivió de primera mano cómo el dictador usaba a las mujeres a su antojo, y del grupo de involucrados en el atentado que finalmente acabó con su vida.

Ambos relatos, o se podría decir el relato en su conjunto, dibujan un régimen y un dictador irrisorios, cruelmente infantiles, caprichosos y obscenos que, sin embargo, jugaban en el alambre y eran plenamente conscientes de su poder y del pavor que infringían en rivales y, lo que a mi juicio está aún mejor contado, afines. Mantener la tensión, la eterna duda de si te tocará a ti ser el próximo héroe caído se demuestra como la mejor arma para mantener el poder.

Al mismo tiempo que se narran ese poder y esa crueldad, se muestran también la decadencia y horrores del mismo Trujillo, en un doble retrato que no hace sino caricaturizar a un personaje que parece de comedia barata pero que, desgraciadamente, fue muy real. La narración del aparato de control, castigo y tortura que a menudo termina con los represaliados en alta mar como comida para tiburones da buena cuenta de ello.

En mi opinión el libro decae en la segunda parte, donde la estructura es más simple y la historia pierde chispa, pero a su vez es muy necesaria para mostrar cómo la falta de apoyo internacional permitió una cierta continuidad del régimen a la vez que la muerte de la mayoría de implicados en la emboscada que terminó con la vida de Trujillo.

El lenguaje, amplio, culto y riquísimo, es un auténtico gustazo. Como siempre, la literatura hispanoamericana no falla en ese sentido. Debo decir que tenía mis reservas con Vargas Llosa pero que mi estreno con él ha sido ciertamente agradable