en el Ejército se dan lecciones de reglamento a los subordinados, no a los superiores.
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en el Ejército se dan lecciones de reglamento a los subordinados, no a los superiores.
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Los zorros del desierto de Sechura aúllan como demonios cuando llega la noche; ¿Sabes por qué? : para quebrar el silencio que los aterroriza.
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«Quizá me expulsen a mi también», pensó el Esclavo. Salió del cuarto de Huarina. Nadie podía haberlo visto, después del almuerzo los cadetes se tendían en sus literas o en la hierba del estadio. En el descampado, observó a la vicuña: esbelta, inmóvil, olfateaba el aire. «Es un animal triste», pensó. Estaba sorprendido: debería sentirse excitado o aterrado, algún trastorno físico debía recordarle la delación. Creía que los criminales, después de cometer un asesinato, se hundían en un vértigo y quedaban como hipnotizados. Él solo sentía indiferencia. |
No creo que exista el diablo pero el Jaguar me hace dudar a veces. Él dice que no cree, pero es mentira, pura pose. Se vio cuando le pegó a Arróspide por halar mal de Santa Rosa.
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Pero no olvide tampoco que lo primero que se aprende en el Ejército es a ser hombres. Los hombres fuman, se emborrachan, tiran contra, culean. Los cadetes saben que, si son descubiertos, se les expulsa. Ya han salido varios. Para hacerse hombre hay que correr riesgo, hay que ser audaz. Eso es el Ejército, Gamboa, no sólo la disciplina.
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El amor es lo peor que hay. Uno anda hecho un idiota y ya no se preocupa de sí mismo. Las cosas cambian de significado y uno es capaz de hacer las peores locuras y de fregarse para siempre en un minuto.
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Cuando su madre le abrió la puerta, Alberto, antes de saludarla, comenzó a disculparse. Ella tenía los ojos cargados de reproches y suspiraba. Se sentaron en la sala. Su madre no decía nada y lo miraba con rencor. Alberto sintió un aburrimiento infinito.
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Tiene hueco, quietos por favor, y por todos los santos no se rían que se adormece el elefante. Qué bruto. Los serranos, decía mi hermano, mala gente, lo peor que hay.
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O comes o te comen, no hay más remedio.
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– Teresa no me contesta -dijo el Esclavo-. Van dos cartas que le escribo. –¿Y qué mierda te importa? -dijo Alberto-. El mundo está lleno de mujeres. –Pero a mí me gusta ésa. Las otras no me interesan. ¿No te das cuenta? |
Como agua para chocolate