Hija del mar

El lenguaje de las palabras es hermoso y viajero, pero el de la mirada encierra la magia y el misterio del alma humana.

Comprendí que ser libre suponía pagar una serie de portazgos: el de la soledad, la incertidumbre, la incomprensión y el miedo.

Nunca una lágrima por un compañero es indigna a los ojos de un héroe.

El miedo me había hecho fuerte, me había inutilizado, pero también me había permitido seguir avanzando. Me había dado la oportunidad de ser quien era.

Las heridas del alma, si bien cicatrizan, jamás regeneran.

Nos abrazamos y fue ahí cuando sentí la experiencia más absoluta del encuentro, de la existencia de un mundo donde la gratitud hacía el amado sanaba cualquier herida. El amor tiene esa dimensión, la de curar y perdonar.

La libertad es el bien más preciado del ser humano. Te permite romper cadenas, tener valor y no temer más que a la muerte. Si la pierdes una vez, jamás podrás recuperarla. Hazme caso, nunca renuncies a ella.

El amor, Alonso, es una serpiente de siete cabezas y de lengua afilada que envenena el alma y nubla la razón hasta dejarte herido de muerte.

Ser mujer era la más amarga de las suertes, la más dura de las batallas a las que debía enfrentarme, un destino tráfico que convertiría mi vida en una constante angustia.

Nos pasamos la vida esperando ese momento, como si viniera marcado, al igual que se marcan las señales en los caminos. Pero no existe tal señal. La señal somos nosotros.