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Este libro es el desahogo de Fernando Vallejo, quien ha padecido la doctrina de nada más y nada menos que la Iglesia Católica Apostólica Romana. Es el pañuelo en el que derrama no solo sus lágrimas, sus rabietas, sus insultos, todo el cúmulo de represiones guardadas por años van a tener aquí el lugar de enunciación. La sentencia de Vallejo es cruda y no por eso menos rigurosa. Este es el carácter sobresaliente de la obra. Vallejo se permite lanzar piedras letales hacia la doctrina Cristiana, y lo hace con un estudio juicioso, va a las fuentes primarias, va a la exégesis bíblica, cita a los posteriores del supuesto Cristo que, de hecho, pone aquí su existencia en tela de juicio. La injuria con fundamentos constatables es uno de los valores de esta obra. Hay una carga emocional que Vallejo sabe combinar con argumentos. Va más allá de las cansonas falacias de muchos ateos que cuando se les cuestiona solo tienen la rabia como testimonio y como escudo. Vallejo tiene rabia, claro está, pero esa rabia fue el impulso que lo condujo a sentarse a estudiar por años los libros antiguos, quizás aprender latín, y de esa profunda inmersión hallar las incoherencias bíblicas, las fechorías que la institución católica ha amontonado secretamente en sus estrados. Vallejo no tiene compasión, quiere sacarlo todo a la luz de la tinta, quiere exponer cada acción reprochable, cada signo o símbolo bíblico que demuestre imprecisión y el bochornoso accionar del catolicismo. Por tal razón, el libro puede hacerse denso en ocasiones. Es mucha la información que Vallejo recolecta tanto de los aspectos comportamentales de los feligreses, como de aspectos bíblicos o en torno al contexto histórico en el que nació el cristianismo. Hecho tras hecho, papa tras papa, evangelio tras evangelio. No hay en donde respirar porque Vallejo no quiere calma, no busca acomodar al lector en el asiento de sus creencias. Su verdadera intención es sembrar un grano de inquietud que incite a lector a iniciar sus propias búsquedas. Los lectores acuden a esta obra para armarse de argumentos y así defender su ateísmo. Los creyentes no se atreven ni a tocarla. Yo que ni soy ateo ni adepto al dogma cristiano disfruté y me reí con el crudo humor que Vallejo sabe imprimir a sus argumentos. Hay lectores temperamentales que no soportan el estilo de este señor. Con todo, no debe negarse su magistralidad. Tal vez mi gusto nazca por el rigor que veo en obras como esta. Admiro el serio trabajo sin dejarme distraer por el componente soez. al contrario, de este surge la risa. |
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