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Crítica de Homolectus


Homolectus
02 May 2022
“El infinito no es un número.” —Decía con un tono prepotente el profesor de cálculo más despreciable como individuo que he conocido en mi vida. — “Es un concepto, una cantidad inabarcable, casi inoperable.” Este es mi recuerdo más nítido sobre el infinito y el que fue mi pensamiento más recurrente mientras piano piano me deslizaba entre las páginas del libro de Irene. Todo ello con una pregunta sencilla, contundente y hasta medio existencial: ¿Cabe el infinito en un junco?

El Infinito en un Junco es un libro que habla sobre libros. Este es el primer elemento que llama la atención pues sin duda, hablar de los libros es hablar de nosotros mismos, los humanos. Esta es la tesis que Irene desarrollará en su ensayo y que conforme recorre el mundo clásico, irá hilando para mostrarnos el bello tapiz que es la historia de los libros. Tapiz por cierto inacabado, pues acá seguimos escribiendo su historia.

Irene nos propone ver la historia a través del filtro de los libros. Propone un recorrido por los grandes hitos del mundo antiguo en los cuales están involucrados los libros. Viajamos a través de la oralidad —la cuasi edad oscura de las palabras—, la aparición de los primeros sistemas gráficos, el alfabeto fenicio, el griego, el latín, el papiro, el pergamino, el papel y una lista que tiende a infinito de pequeños adelantos que fueron brotando aquí y allí a lo largo y ancho del globo. Sin duda hemos tejido historias a la par que construido ciudades.

Todas estas historias sobre el pasado son hiladas en torno a uno de los personajes más influyentes de la antigüedad y por el cual Irene no escatima en demostrar la admiración que le profesa. Alejandro Magno es ese punto de encuentro que en esta historia de ida y vuelta de los libros sirve como punto de inicio, como impulso de la sociedad griega posterior a él y que aún perdura entre nosotros en forma de eco, casi como una radiación cósmica de fondo cultural. Sin duda, resulta extraño que un dirigente como Alejandro, que tenía todo el poder del caso haya abierto el panorama de su conquista y haya trasladado parte de su interés por los libros, un detalle que no pasa desapercibido ni siquiera hoy día y que en su momento jugó un papel decisivo en el cambio de actitud de Grecia frente a Macedonia y que le abrió las puertas al Helenismo que hoy reconocemos. No sorprende que esta figura sea una de las centrales del libro de Irene, pues Alejandro y sus ideas parecen permearlo todo, incluso hoy.

La historia de la Biblioteca de Alejandría bien podría dar para un libro entero. Un libro que abarque con lujo de detalle cada hito de su existencia, cada fechoría cometida en su nombre y cada canallada que haya colaborado a que paulatinamente se desangrara y desapareciera de entre los mortales en medio de un extraño silencio. Este no es ese libro, pues si bien está presente mucha de la información fundamental de la historia, Irene la sabe usar con fines muy específicos y muy luminosos sobre nuestra realidad como lectores. Con la información que Irene nos presenta pensé tendidamente sobre dos hechos: un proyecto como la Biblioteca de Alejandría no sería posible en nuestros tiempos. Las bibliotecas de nuestras casas son las dignas sucesoras de la de Alejandría: Un lugar dentro del recinto dedicado a los libros.

Si bien el libro está especialmente centrado en el mundo clásico y en la época anterior a ella, hay mucha información sobre la actualidad y sobre el pasado más reciente de la literatura. Resumir cada tema de los que Irene detalla en su libro me tomaría mucho tiempo y no le haría justicia suficiente al libro. Esperen encontrarse con un libro que hable sobre la oralidad, su papel en el mundo anterior a la escritura, el nuevo lugar que cobró en un mundo que se volvió escrito; el alfabeto, la democratización del saber que este impulsó y el cambio de paradigma para la construcción de relatos que vino de la mano con la materialización de los sonidos de nuestras bocas. Esperen encontrarse con un libro que los hará viajar por el imperio que construyó Alejandro, por el mundo romano, por algún que otro callejón medieval y por algunas de los referentes más importantes del mundo de los libros que tenemos en la actualidad. Esperen sorprenderse porque el libro que tienen entre sus manos mutará cada tanto: a ratos es de papiro egipcio, a ratos es de pergamino, a ratos es de papel delicado y fino traído desde China, y en otro momento será un libro iluminado recién salido de las manos de un monje medieval. Esperen encontrarse con un libro que les permita plantearse cuestión de largo meditar, algo del tipo ¿Sería posible la sociedad actual sin la escritura?

Y sí, como ya lo dije es un libro sobre libros, pero no solo habla de libros. de repente El Infinito se convierte en una experiencia transmedia que te lleva a abrir Google para ahondar más en una historia, un personaje o en un libro de los que ella menciona; que te pone a buscar una canción en YouTube, una película en Netflix, HBO o en cualquier otro lado. Todo esto es una muestra increíble de la capacidad asociativa de Irene y de la cultura que ha vivido. Es magnífico que tanto de ella tenga cabida en el libro.

De todas las ideas sobre los libros que Irene aborda en su libro yo me quedo con varias. La primera es la entender que nuestros libros están vivos en ambos sentidos. Vivos porque provienen de un ser vivo que en algún momento creció en un bosque y porque toman vida cada vez que tenemos uno entre nuestras manos. Que potencia la de esa doble imagen. El siguiente hecho que no escapó a mi lectura fue la simpleza del libro como objeto. El camino para tener el objeto que hoy conocemos como libro ha sido largo y lleno de grandes retos y dificultades, pero la simpleza y practicidad que se logró tardará mucho en desaparecer o mejorarse. Por último, no escapó de mi lectura el hecho de que los libros parecen estar condenados a la eterna censura cada vez que algún egomaniaco se acuerda de ellos y su poder. Algo tendrán ellos que siempre despiertan miedo y son la diana eterna para la represión.

Fue una maravilla descubrir que no siempre hemos leído en voz baja, que la lectura fue durante mucho tiempo algo que se hacía entre más de una persona, que era un regalo. Fue genial descubrir que leer en voz alta es regalar letras por partida doble: es pensar en que el fragmento en cuestión puede ser interesante para la persona lo suficiente como para que viva a través de mi voz para el otro —así que cuidado con a quién le regalan los fragmentos en voz alta—.

Sin duda, el alfabeto fue un gran paradigma en la historia y cambió a los griegos, no los hizo mejores, pero sí diferentes y les amplió el panorama de una forma que ni siquiera las naves o las armas habían hecho. Inventar el alfabeto derribó el muro que había entre clases y ayudó a que el conocimiento, la creatividad y la capacidad imaginativa se derramaran por todo el mundo griego. Sin duda, con la expansión de la escritura en el mundo griego, se expandió también el hecho de ser griego.

El Infinito hace especial énfasis en la relación con los libros de Grecia y Roma y del papel que estos jugaron en ambas sociedades. Junto a esto y todo lo que he venido mencionando está una historia paralela: la relación de Irene con los libros. Esta parte tan íntima requiere de mucho coraje para ponerse en un libro, pues es desnudar parte de tu alma y que miles de lectores conozcan cómo empezó tu relación más duradera de la vida. No cualquiera está preparado para hacerlo.

Como no quiero que quede a forma de conclusión el asunto, creo que es hora de mencionar los puntos que para mí tienen menor brillo dentro del libro. El primero surge en este juego de contar los hitos del pasado remoto con algunos más actuales y una que otra anécdota personal, el libro parece ir varias veces por las ramas y perder el hilo de lo que se quiere contar. Es algo con lo que no todo lector se logra acostumbrar y que a veces desconecta de la lectura. El otro punto —y que espero que sea fruto de un delirio mío— es una sensación de que tiene fragmentos repetidos, de que hay párrafos que están en uno y otro lugar. Es extraño porque no es usual que se sienta algo así, pues si bien una idea sí puede ser retomada dentro de un texto no es usual que se haga con las mismas palabras y acá tuve esa sensación en varias ocasiones.

Irene se esmera —y lo hace de manera esplendida— por desentramar el lugar de la mujer en el mundo antiguo y en la historia de la literatura. Cada mujer importante que nos podamos imaginar del mundo antiguo y que tenga nombre tiene cabida dentro del libro junto con información relevante sobre los retos que tuvo que afrontar y su perspectiva del mundo. Las que no tienen nombre, porque desafortunadamente la historia se encargó de borrarlas, son boceteadas y puestas en todos los puntos donde tienen cabida.

Libros así deben aflorar cada cierto tiempo, pues si bien gracias al lenguaje, los textos y la literatura somos capaces de conservar los pilares de la civilización —sin ellos sería imposible comenzar desde cero en cada generación—, a veces parece inevitable olvidar la profunda conexión que tenemos con nuestro pasado y que en él es dónde labramos nuestro futuro. Damos por sentado muchas cosas sobre nuestra cotidianidad, pero basta detenerse un momento a pensar en cada historia que hay detrás del libro: el papel, el alfabeto, la imprenta, etc. para concluir que el camino no ha sido fácil, es largo y seguimos andando por él. Esta es una de las reflexiones más importantes que me deja el libro.

Con El Infinito en un Junco me sucedió algo muy particular: Lo leí luego de haber escuchado a Irene en el Hay Festival de Colombia y al hacerlo fue inevitable que la voz de ella aflorara cada vez que me sumergía en sus páginas. En este sentido el libro es muy ella, es pausado, delicado, lleno de cariño y dulzura, con cada palabra justa y con la sonoridad que cada momento amerita. Pocas veces he leído un libro con alguna voz en particular y este es uno de esos; seguro de este hecho hablaré por siempre.

Cerca del final y justo antes de que caiga el telón, Irene hace gala de su faceta académica y nos ofrece una corta disertación sobre los clásicos. En ella ofrece una recapitulación de las definiciones de las definiciones dadas por otros y que ya conocemos y propone una enmarcada en todos los datos y situaciones que nos ha contado. Es un apartado que vale la pena leer muchas veces y bajo muchos puntos de vista diferentes, pues seguramente aportará ideas nuevas a nuestro discurso y sentido a nuestras lecturas.

Es curioso que el libro se haya vuelto “viral” en medio del loco 2020, cuando todo parecía perdido y cuando el término tomó un sentido cargado de miedo entre nosotros. En medio de todo esto, El Infinito surgió como un faro en medio de una noche nublada para recordarnos que los libros siempre han estado ahí para nosotros en todos los momentos que podamos imaginar y que nos han unido a través de los ideales que comunican más allá de cualquier lugar en el que estemos o lenguaje que hablemos. No tengo dudas de que el libro fue la más bella serendipia de todas.

Los lectores somos una larga, extraña y a veces no bien vista estirpe que comenzó su viaje en Alejandría. Luego de eso hemos encontrado momentáneamente algún punto de encuentro en el cual hemos podido sentirnos reconfortados. Estamos aquí porque antes de nosotros cada generación anterior de lectores ha hecho una que otra locura cuando algún libro —e incluso todos— ha estado en peligro. La historia de los lectores es la historia de cada anónimo que con sus actos altruistas permitió que el mundo fuera lo que es hoy.
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