A mis lejanías voy, como el poeta parafraseado. Hasta que, un día, de mis lejanías no vuelva.
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A mis lejanías voy, como el poeta parafraseado. Hasta que, un día, de mis lejanías no vuelva.
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«El hombre es un ser de lejanías», escribió Heidegger. Esta frase tiene muchos sentidos, como todas las suyas, pero yo le aplico el más modesto y usual. Ir muriéndose es ir alejándose de las cosas, o ver cómo las cosas se alejan. Así, acudo a fiestas, tareas, usos cotidianos, inmediatos, y me parece venir desde muy lejos, desde mis lejanías de hombre que agota a grandes pasos su biografía. A uno le queda ya poco, pero no poco o mucho de vida o de muerte, sino poco de uno mismo, poco de lo que fue, de lo que fui.
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Me miro en los escaparates, nunca en los espejos, y voy teniendo algo de deshojado libro, de individuo incunable, de volumen desgualdrajado que encierra alguna palabra bella o inesperada en su evidente desaparicion progresiva. Una manera de terminar, una forma no demasiado seria, pero digna, de morir.
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Somos seres de lejanías, los hombres, no porque nos vayamos yendo lejos con la edad, sino que son las cosas las que se van, es el mundo lo que ya no nos queda al alcance de la mano. Todo está ahí, pero un poco más lejos.
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Me asombro cuando me preguntan cómo puedo escribir todos los días. Lo que no podría es no escribir. Dentro de mí está el idioma como dentro de un reloj de pared está el tiempo.
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Escribir es la manera más profunda de leer la propia vida.
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Solo hay un modo de curar el miedo: decir que tengo miedo.
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Miro en el gran espejo de los estudios fotográficos mi piel con adarmes de alma como adarmes de blancura, el vello fragoroso del pecho, que parece venir de una batalla, y lo que veo es un guerrero cansado y la sombra de un adolescente que quiso ser esto, sombra pálida que interesa a todos y no interesa a nadie en concreto.
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¿Quién es el autor/la autora de Episodios Nacionales?