Pagué la fianza y llegué a mi piso al atardecer. Era esa hora en la que el sol desparramaba su luz rojiza en abundancia y llenaba el piso de una luminosidad casi sofocante. Me quedé un buen rato en la entrada, de pie, contemplando el interior del piso como alguien que llevara años sin ver aquel espectáculo y fuera incapaz de recordarlo con nitidez. Era un espectáculo silencioso, en el que nada se movía. |