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William Whittlestaff es un hombre soltero y singular de cincuenta años que tiene su paraíso en Croker's Hall y que, como buen caballero victoriano, hace lo que debe hacer, lo que le exige la sociedad y lo que le pide su conciencia. Así, cuando desoye a la señora Bagget, su criada, y acoge en su casa a la joven y bella huérfana Mary Lawrie dándole el lugar de una hija, todos sus pensamientos y reflexiones le dicen que ha hecho lo correcto. En cuanto a ella, Mary es una joven victoriana que sabe (porque en todo momento se lo recuerdan) cómo ha llegado a esa casa y en qué condiciones y, por tanto, no le queda otra que hacer lo que se espera de ella. El tiempo pasa y los sentimientos de nuestro quincuagenario evolucionan. La mirada y las expectativas respecto a su joven pupila cambian, y así, poco a poco, como quien no quiere la cosa, se enamora de ella, desequilibrando las estructuras y las posiciones de las personas que viven bajo su techo. En base a ello, y con todos los habitantes de Croker's Hall nerviosos y desorientados por culpa de este sentimiento renacido en el corazón de su dueño, arranca la novela de Anthony Trollope, El amor de un hombre de cincuenta años. Una vez que nuestro buen señor Whittlestaff se reconoce a sí mismo y ante sus allegados este nuevo sentimiento, todos sus argumentos irán conducidos a encajarlos en su vida y su edad. Y aunque en el fondo sabe que existe una diferencia de años consistente, ya se encargan sus reflexiones y las de la señora Bagget de decirle que la edad no supone ningún inconveniente si se mira por el interés de la joven Mary y el de su propia felicidad... otra cosa sería que le preguntásemos a la susodicha, porque ella tiene sus propias razones y reflexiones y no encajan con los pensamientos de su tutor y la criada. Pero, al fin y al cabo, ¿quién es ella para ir en contra de todos aquellos que la han acogido? Así, tras algunas reflexiones, debates e influencias varias, a nuestra protagonista no le queda otra que aceptar y pasar a ser la prometida del señor Whittlestaff, aunque ella, con toda sinceridad, le confiesa que su corazón está ocupado desde hace tiempo por John Gordon, el hijo de un banquero arruinado que desapareció un día de su vida y del que nunca más se supo. El buen señor Whittlestaff acepta las razones de su prometida al tiempo que alberga la esperanza de poder cambiarlas una vez casados, pues lo qué él conoce sobre el tal Gordon es que ni se sabe dónde está ni tampoco se le espera. Pero mira por dónde, Trollope lo devuelve a sus vidas un día después de casarse, y encima viene cargado de dinero (o más bien de diamantes), poniendo patas arriba sus vidas. A partir de este momento todas las argumentaciones y sentimientos se intensifican, convirtiéndose en una vorágine de pensamientos tanto para unos como para otros, que intentarán encontrar la salida que les lleve al reposo y los sitúe otra vez en la posición que deberían estar. Para ello, cada cual juega con las cartas que tiene. Así, el señor maduro e íntegro alega estabilidad y confort; el joven dice que es el legítimo propietario del corazón de la muchacha y ahora tiene posibles para reclamarlo; y por último la buena de Mary, el tercer vértice en discordia, que se siente en la dicotomía de elegir entre sus sentimientos y su deber. al final todo este torrente de emociones debe encontrar su curso natural y encajar de alguna forma en la vida de todos ellos y, para que eso sea posible, la única opción es que alguno renuncie a sus pretensiones y dé un paso atrás. En El amor de un hombre de cincuenta años, Anthony Trollope nos relata un drama casero sin grandes pretensiones, pero en eso radica precisamente su grandeza, pues a través de esta practicable y sencilla trama descubrimos el gran poder de observación del autor tanto en los aspectos psicológicos de los personajes como en las costumbres de las distintas clases sociales en que se encuadran, enriqueciendo la narración con esa fina ironía que tanto me recuerda a mi querida Jane Austen. A diferencia de lo que acostumbraba Trollope, en esta novela se adivina una aligeración en la carga de los personajes. Son más livianos y se dice solo lo necesario para entender sus dilemas y sus anhelos, ganando con ello en intensidad y sentimiento. También vemos cómo cada uno de los personajes amplifica y representa su papel: la señora Bagget es la guardiana de las costumbres y de la moral victoriana; el señor Whittlestaff es el caballero y personaje singular; y por último, los jóvenes John Gordon y Mary Lawrie representan el amor y su lucha encorsetada por los rigores de su época. De todo este conjunto resulta un drama doméstico típicamente victoriano que se disfruta desde la primera página. Si a esto añadimos la preciosa y cuidada edición de Funambulista, pues lo dicho, más y mejor. Enlace: http://inquilinasnetherfield.. + Leer más |