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ISBN : 849181342X
432 páginas
Editorial: Alianza (31/01/2019)

Calificación promedio : 2.83/5 (sobre 3 calificaciones)
Resumen:
En " La Isla de los Jacintos Cortados " (1980), la habitual mezcla de realidad, fantasía, ironía y humor que caracteriza la narrativa de Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999) se ve enriquecida por nuevos elementos, como son el erotismo y la serena melancolía. Articulada en torno a una doble trama amorosa que se va entrelazando a lo largo de sus páginas, la novela, que obtuvo en 1981 el Premio Nacional de Literatura, constituye en último término una reflexión sobr... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (3) Añadir una crítica
Beatriz_Villarino
 28 March 2021
El año 1981 tiene un significado personal bastante intenso. Hay números, y fechas, que de pronto, sin saber bien la causa, los adoptamos como amuletos de la suerte. Es lo que me ocurre con 1981; la fecha es especial y sé por qué. Además es el año en que le dieron el Premio Nacional de Literatura a Gonzalo Torrente Ballester por escribir esta novela en 1980. Bueno, también tocó el primer premio de la lotería de Navidad en Cartagena, pero mi familia no vio ni una peseta de las de entonces. El caso es que la magia que envuelve a 1981 es la misma que aporta La isla de los jacintos cortados, creo que supone el estilo más erótico de la obra del autor y al mismo tiempo fluye sencillo a veces, otras, barroco.

La trama amorosa es doble también, real y mágico ficticia; en esta novela, Torrente Ballester, haciendo gala de su proverbial maestría y dominio del lenguaje, entremezcla dos historias diferentes pero interrelacionadas; en la de personajes “reales”, el narrador protagonista escribe a su alumna Ariadna, una joven becaria griega, una carta. La carta inventada por el por el narrador (el profesor de Literatura) constituye la otra historia; en ella vamos descubriendo el amor que siente hacia Ariadna y vamos siendo conscientes de la imposibilidad de dicho amor, pues todo acabará al final de las vacaciones en La Gorgona, una isla que el campus alquila mensualmente a profesores y alumnos.

La primera historia ofrece un triángulo amoroso en el que el narrador está enamorado de Ariadna, alumna que a su vez quiere al profesor de Historia, Alan Sidney. Ambos amores son no correspondidos por lo que todos los protagonistas sufren.

En este análisis me voy a centrar en la influencia de la épica griega en la novela actual, pues en el sufrimiento amoroso encontramos la primera semejanza con la poesía erótica clásica, en la que lo importante era describir el padecimiento sexual; los deseos amorosos causantes de júbilo en los amantes eran bastante infrecuentes entre los poetas griegos. Conforme a esto, Ariadna llora su amor imposible y el narrador sufre a lo largo de la novela el desamor de Ariadna. Solo en un breve fragmento parece nacer un sentimiento entre ambos, que desbarata una situación de la otra historia.

El propio nombre de la protagonista, enamorada de (y abandonada por) Alan Sidney, responde al de la mitológica Ariadna, igualmente conquistada y abandonada por Teseo, cuya perversión, capaz de abusar del amor puro de la seducida para lograr sus fines y traicionarla después, es similar a la impotencia que caracteriza al profesor de Historia. Este escribe un libro en el que llega a la conclusión, por procedimientos no científicos, de que Napoleón fue una invención. Lógicamente, la disparatada afirmación desata las críticas de sus colegas, que lo dejan en ridículo, por lo que el profesor enamorado va reinventando el argumento hasta confirmar la conclusión de Sidney para que su prestigio no se vea mermado ante los ojos de su alumna. Curiosamente, aún hoy el personaje de Napoleón atrae a escritores para entretener con él el argumento de sus novelas, como Paco Santos, quien en El mérito de ser detective y no fumar, encuentra en Napoleón una jugosa asociación entre el tabaco, el coñac y su testículo.

Pero en La isla de los jacintos cortados, el narrador enamorado viaja con su mente hasta el siglo XIX para ser testigo de lo que ocurrió en La Gorgona (La isla de los jacintos cortados) y estructurar la invención de Napoleón. Estos viajes se los cuenta en un diario a Ariadna y terminan por acaparar el argumento de la novela, pues con el viaje pretenden otorgar autoridad y la salvación de Alan Sidney, tal como Jasón y los argonautas consiguieron prestigio al dirigirse a la Cólquide para obtener el vellocino de oro; incluso la forma de narrar es parecida pues si en Las argonáuticas «les soplaba con ímpetu el Noto, y a su soplo favorable exponiendo las velas, penetraron en las difíciles corrientes de la hija de Atamante», en La isla de los jacintos cortados «El Artemisa navegaba hacia un temporal en el que se había metido con todo su velamen […] y el barco peleaba contra el viento y las olas».

Fiel a Homero, Apolonio consigue que las divinidades inmortales permitan el camino a los argonautas «Atenea se apoyó contra un poderoso peñasco con su mano izquierda y empujó la nave…».

Y fiel a los clásicos, Torrente buscará la colaboración de inmortales como Cagliostro, que les indicará hacia dónde orientar la investigación del porqué se inventó a Napoleón.

Manejando detalles que podrían pasar desapercibidos, como insertar personajes guardianes de la castidad en la isla de la Gorgona que, identificados con las Parcas, vigilan durante la noche «ya lo habían hecho», o construir personajes de la categoría de dioses, como Nelson «más poderoso que Poseidón, señor de los navíos de tres puentes, campeón de los mares», el profesor de Literatura compone una obra de magnitud comparable a la épica griega: durante una fiesta en honor del almirante Nelson, las damas representan algunas escenas mitológicas, Lady Hamilton, el nacimiento de Afrodita, Marie, desnuda y adormilada es Leda, mientras que la condesa de Lieven, también desnuda, avanza batiendo una túnica para abrirse paso entre sus piernas.

Torrente juega con los lectores mientras nos descubre uno de sus temas clave, la mitología, por eso no duda en sacar a los personajes quiméricos de la historia fantástica y llevarlos a la real para remarcar el amor imposible; de hecho Ariadna, a punto de besar al profesor, se suelta asustada cuando «unos grandes pajarracos pasaron a nuestro lado en vuelo rápido» y, sin dudarlo, cree oír gritar a Aglae «soltaros de ese abrazo, cochinos!».

El tratamiento del amor en esta novela sigue el tópico que Safo expone al evocar Medea a Jasón, así cuando a Ariadna le recuerdan a Alain, el profesor de Literatura le comenta «me pareció que te ruborizabas». Si Medea llora, inquieta, por amor lágrimas compasivas, también Ariadna se apiada de sí misma «el modo de llorar que tienes en mi hombro me anuncia…». La alumna queda derrotada ante el rechazo de Sidney (conocido en el campus como Claire), pues descubre su impotencia. Como alivio, igual que hiciera Medea, solo le queda dormir, «te dejaste caer en la cama».

Si el amor hace temeraria a Medea, también Ariadna elabora un procedimiento de ayuda a Claire contra su impotencia, aunque no dé resultado. El profesor Sidney ha enamorado a Ariadna solo con la palabra, siguiendo otro de los tópicos eróticos griegos.

La novela es una magnífica reflexión sobre la verdad o apariencia en las relaciones. Torrente mezcla ficción y realidad sin pérdida de verosimilitud al exponer un mundo que combina libertad y despotismo, lo verdadero y lo manipulado. El lenguaje engolado que emplea el poeta manifiesta cierto ridículo que causan quienes se precian de ser expertos en algo.

El diario, o carta, nunca llegará a ser leído por Ariadna; las palabras solo seducen si son escuchadas.

Han pasado más de 40 años desde que fue escrita y La isla de los jacintos cortados sigue siendo actual. Torrente cuestiona la realidad histórica, con personajes fantásticos reinterpretados, y reflexiona sobre los ejes que mueven el mundo y los indecentes que mueven estos ejes.

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Guille63
 19 March 2023
“¡Todo lo importante del mundo se resume en palabras, abren o cierran, atan o libran!”

La obra forma parte de una trilogía junto a “La saga-fuga de J.B.” y “Fragmentos del Apocalipsis” utilizando en todas ellas la misma atractiva mezcla de realidad y ensueño, de razón y fantasía, de exquisito lirismo y agudeza coloquial, de seriedad y frivolidad, de melancolía, ironía, erotismo, humor. Y, como en las otras dos, Torrente Ballester nos vuelve a dar una clase magistral sobre el manejo de las palabras.

“He gozado el más bello orgasmo de mi vida, y mi niña lo gozaba también. ¿Quién dice que cada cuerpo es la muralla del otro? Porque yo sentí lo que sentía ella, ella lo mío, y ambos el mundo entero palpitar, goce que circuló por los cuerpos y por los astros como sangre universal y compartida. Ahora lo cuento con los versos más bellos de mi lengua: necesitaría vivir otra vida encima de la mía para que este placer fuera suficientemente recordado, para que estos versos fueran suficientemente dichos. ¿Tendrá memoria la muerte?, ¿tendrá labios?”

¡Ay, las palabras!, para todo valen, para tender brillantes “escalas a la luna; también para excavar los pozos que llevan al abismo”, uno empieza a encadenarlas y ellas solas van enredándose y enredándonos hasta hacernos decir lo que no querríamos, llegan a nosotros cargadas de connotaciones y reminiscencias, “de amor o de desprecio”, valen más que mil imágenes, nos remueven la sangre, nos conforman, no solo ponemos palabras a lo que vemos, con frecuencia vemos aquello que nos dictan las palabras y en función de las palabras que les asignamos, organizan nuestra mente a su medida e iluminan sus estancias a voluntad, embaucan, confunden, embelesan, pueden transformar la farsa en tragedia y la tragedia en farsa, acarician y hieren, con su poesía, redimen la vulgaridad, arrebatan, encienden, levantan, crean mitos, sí, “la palabra, la gran encubridora”.

“La historia la hacen los héroes, y los héroes son, a fin de cuentas, nada más que nombre y facha, que palabra y retrato.”

Dos historias se entretejen en la narración, la fantástica en la que la palabra crea el mito de Napoleón, nombre que tras la lectura de la novela sabemos sin lugar a duda que tan solo fue ”una palabra favorecida, acunada, amamantada por la necesidad política”, y la realista, un amor que intenta abrirse paso a base de la fascinación que desprenden las palabras de una historia bien contada por alguien que solo necesitaba comunicación y compañía, algo para lo que hacen falta dos y él estaba solo.

“… necesito engañarme, por lo general, con la esperanza, a veces con la magia, pero acaban juntándose en una y la misma cosa, mi esperanza en el poder de la palabra: aunque la mía sea de las modestas, de las que sólo consiguen retener, jamás aproximar, menos aún sujetar y encadenar. Mi palabra, por ejemplo, es incapaz de traerte, ahora que no estás y que te necesito. Si grito otra vez: «¡Ariadna!», mi voz se pierde en el bosque después de haber rozado en su camino las aguas frías del lago.”

Y para terminar, que mejor homenaje a las palabras del autor que imaginarse aquella mágica escena final de Cinema Paradiso en la que en la gran pantalla se va encadenando beso tras beso al ritmo de la preciosa música del grandísimo Ennio Morricone. Imaginen ahora una palabra en cada beso, un beso en cada palabra y… 4 # 3 # 2 # 1 abarloado empantanos plúteos anticuar buraco somorgujo deliquio despepitada coyunda jicarazo losange clámida prestímano túrdiga columbrar redingote remejer murmurio sofaldear poterna marbete pingar socaliña trujamán grímpola colodrillo fogaril amuras tráfago requilorio espelunca miranguano sólito cascabelería precito alunar halda gulipa patache hopalanda… y en apretado beso final, chumeque y pitilín.
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pasiondelalectura
 26 January 2019
Libro bastante complejo: una digresión de más de 300 páginas en donde el lector no sabe a ciencia cierta dónde se halla el meollo del asunto. Tenemos vagamente la historia de amor entre un profesor de literatura y su alumna con frases muy acertadas y bien escritas, pero el conjunto es demasiado fantasioso y descosido.
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Vidéo de Gonzalo Torrente Ballester
La Biblioteca Nacional de España acoge el acto de presentación del libro Quizá nos lleve el viento al infinito de Gonzalo Torrente Ballester publicado por la editorial Cuatro lunas. A las puertas del vigesimoquinto aniversario del fallecimiento de Gonzalo Torrente Ballester, Cuatro lunas recupera una de las novelas más ingeniosas y menos conocidas de uno de los principales escritores contemporáneos de la literatura española
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