La hipocresía puede engañar al hombre más inteligente y perspicaz, pero hasta el niño más torpe la reconoce, por más empeño que se ponga en ocultarla, y se aparta con repugnancia.
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La hipocresía puede engañar al hombre más inteligente y perspicaz, pero hasta el niño más torpe la reconoce, por más empeño que se ponga en ocultarla, y se aparta con repugnancia.
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—En mi opinión ninguna actividad puede tener efectos duraderos si no se basa en el interés personal. Es una verdad general, filosófica —prosiguió, repitiendo con determinación la palabra «filosófica», como si quisiera demostrar que tenía tanto derecho como cualquier otro a hablar de esa cuestión.
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Quería decirle que esto debe terminar. No he tenido que ruborizarme nunca delante de nadie, pero usted me hace sentirme culpable de algo.
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Consideraba una cosa estúpida, y hasta ridícula, la enfermedad que padecía y los tratamientos que le imponían. ¿No era como tratar de reconstruir un jarrón reuniendo los pedazos rotos? Tenía el corazón destrozado. ¿Cómo iban a curarla con píldoras y polvos?
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Aún me acuerdo de esa bruma azulada, parecida a la de las montañas de Suiza, que recubre todas las cosas en esa época dichosa en que se está a punto de salir de la infancia, cuando ese círculo, enorme, despreocupado y feliz, se va convirtiendo en un camino cada vez más estrecho, en un desfiladero en el que entramos con una mezcla de angustia y alegría, a pesar de que nos parece fascinante y luminoso… ¿Quién no ha pasado por eso?
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Le bastó ver el brillo involuntario de esos ojos para entender, con tanta seguridad como si se lo hubiera dicho ella misma, que Kitty amaba a ese hombre.
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Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo.
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A menudo pienso que los grandes conversadores del siglo pasado encontrarían difícil en nuestros días hacer comentarios ingeniosos. En los tiempos que corren todo lo ingenioso nos aburre...
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—El amor… —repitió Anna con voz lenta, como dirigiéndose a sí misma, (...) —: Si no me gusta esa palabra es porque significa demasiado para mí, mucho más de lo que usted pueda imaginar. —Y le miró de frente—. ¡Adiós!
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—Nunca seremos amigos, lo sabe usted de sobra. Seremos las personas más felices o las más desdichadas. De usted depende. —Anna quiso decir algo, pero él la interrumpió—. Sólo le pido una cosa: que me permita concebir esperanzas y seguir sufriendo como ahora. Y, en caso de que eso no sea posible, ordéneme que desaparezca y desapareceré. No volverá a verme, si mi presencia le resulta tan molesta.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises