Un viejo conocido me ha dicho que no le gusta viajar solo. Aduce que cuando ve algo extraordinario, nuevo, bello, desea tanto compartirlo con alguien que se siente infeliz si no tiene con quién hacerlo. En mi opinión, no tiene madera de peregrino. |
Un viejo conocido me ha dicho que no le gusta viajar solo. Aduce que cuando ve algo extraordinario, nuevo, bello, desea tanto compartirlo con alguien que se siente infeliz si no tiene con quién hacerlo. En mi opinión, no tiene madera de peregrino. |
Con el paso de los años, el tiempo se ha ido convirtiendo en mi aliado, como lo es para todas las mujeres: me he vuelto invisible, transparente.
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A todas luces yo carecía de ese gen que hace que en cuanto se detiene uno en un lugar por un tiempo más o menos largo, enseguida eche raíces. Lo he intentado muchas veces, pero mis raíces nunca fueron lo suficientemente profundas, y me tumbaba la primera racha de viento. Tampoco he sabido germinar, desprovista de esa capacidad vegetal. No me nutro de la savia de la tierra, soy lo contrario de Anteo. Mi energía es generada por el movimiento: el vaivén de los autobuses, el traqueteo de los trenes, el rugido de los motores de avión, el balanceo de los ferrys.
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Abril en la autopista, haces de sol rojo sobre el asfalto, el mundo aparece primorosamente cubierto por el glaseado de la lluvia recién caída: un pastel de Pascua. Es Viernes Santo, anochece, voy conduciendo por algún lugar entre Bélgica y Holanda, no sé exactamente en qué país estoy, pues la frontera se ha difuminado, por falta de uso, se ha borrado por completo. En la radio suena un réquiem. Al llegar al Benedictus, se enciende el alumbrado a lo largo de la autopista, como queriendo validar la involuntaria bendición que me transmite la radio.
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Hay dos puntos de vista desde los que contemplar el mundo: la perspectiva de la rana y la vista de pájaro. Cualquier punto intermedio solo contribuye al caos.
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Mi sintomatología se resume en que me atrae todo lo defectuoso, imperfecto, roto. Me interesan las formas amorfas, los errores en la obra de la Creación, los callejones sin salida. Aquello que por una u otra razón se ha quedado a medio camino en su desarrollo, o que, por el contrario, ha excedido los límites de lo previsto. Todo lo que se aparta de la norma, lo que es demasiado pequeño o demasiado grande, exuberante o incompleto, monstruoso y repulsivo. Formas que descuidan la simetría, que se multiplican, crecen a lo ancho, se reproducen por gemación o, por el contrario, las que reducen lo múltiple a la unidad.
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En el avión entre las 8,45 y las 9 horas. Para mí que aquello se prolongó durante una hora o más.
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Gregorio Samsa es un ...