Veinte toneladas de lluvia

A veces el mundo se desmorona. Nuestro mundo. Ese que llevamos dentro y que no reconocemos en las caras sonrientes, centradas, enamoradas... que nos cruzamos por las aceras mojadas. Sabemos que no somos tan especiales como para que no nos suceda lo que no deseamos. También que esos con los que nos cruzamos recibirán heridas y dolores, al igual que nosotros. Aunque ahora no sea su momento y sí el nuestro.

En la clase del jueves, mi compañero de docencia compartida, explicó algunas nociones básicas, pero claves, sobre el constructivismo. Y me invitó, amablemente, a participar. Esto, aunque parezca habitual, por desgracia, no lo es tan tanto. Muchos profesores, no solo rechazan este tipo de recursos, tal vez para ocultar qué misterios suceden en su clase, y otros, directamente, pierden los nervios en cuanto un compañero pone un pie en su aula.

Yo les expliqué a los alumnos que la palabra es clave. No solo para hablar al otro, sobre todo para hablarnos a nosotros mismos. Para tratarnos con respeto, darnos la palmadita en la espalda si es que lo merecemos o reflexionar sobre aquello de lo que no nos sentimos orgullosos. Porque de esa forma, no solo construimos al otro, también nos construimos a nosotros mismos.

Y a este instante, en el que una veintena de adolescentes me miraban con curiosidad, me ha transportado Veinte toneladas de lluvia (Caligrama, 2018), escrito por Rusty Times, en el que el amor, el desamor, el dolor y el aprendizaje se encuentran siempre presentes. En ocasiones empujándomos a creer en nosotros, a tomar la iniciativa, a no dejar escapar aquello que tanto nos importa. Y, en otras, a reconfortarnos con una buena taza de café, que todo lo cura. O casi.
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